Música

30 años desde que las llamas se comieron el Liceu

Una chispa provocó el segundo incendio que sufrió el teatro de la Rambla, amenazado desde hacía tiempo por la falta de seguridad

Cuando se recuerda el incendio que hace 30 años hizo cenizas el Liceu, surgen un sinfín de subtramas, como en cualquier historia compartida. Desde los estudiantes que estaban visitando el teatro aquel lunes 31 de enero de 1994 hasta los vecinos de las casas colindantes que tuvieron que ser desalojados. O los cuadros del Cercle del Liceu que fueron cargados Rambla arriba para salvarlos de las llamas. Un trauma para la ciudad que llevó a sus vecinos a amontonarse a las puertas del teatro, acordonado y dejando libre ese Miró que siempre queda grabado en la retina barcelonesa cuando algo malo pasa. Los desafortunados en cargar con la desgracia fueron unos operarios que estaban realizando trabajos de soldadura, a pesar que desde hacía tiempo era una obviedad ampliamente conocida que el edificio no cumplía con los requisitos de seguridad y que era cuestión de tiempo que se demostrara. Por lo tanto, no extraña que, cuando había función, los bomberos siempre enviaban un retén por si acaso.

Sobre las 11, una chispa saltó y, en un teatro antiguo como el Liceu, todo madera, terciopelo y cuerdas, poco se pudo hacer para evitar la fatalidad. Las llamas se comieron el telón y llegaron al patio de butacas por lo que se conocía como las bañeras, unos palcos en el proscenio, de espaldas a la platea y destinados en su origen a las viudas de la alta sociedad que no podían ser vistas. Su conexión con el escenario fue lo que propagó las llamas a la sala y, tan solo en dos horas, el escenario y el patio de butacas quedaron destruidos, con el techo derrumbándose y levantando una humareda negra en el cielo de la ciudad. El fuego no salió de ahí, salvando el Saló dels Miralls y la entrada, incluso el pasillo que rodea la herradura que da forma al patio de butacas o el mismo Cercle del Liceu, pero el daño ya estaba hecho.

“Por suerte no pasó durante una función”, señala la anterior jefa de regiduría del Liceu, Xesca Llabres, en la casa desde 1988 y la responsable de dar todas las órdenes y coordinar a los diferentes integrantes del teatro, desde levantar el telón y hacer entrar a los cantantes hasta apagar las luces y lo que haga falta. El suceso le pillo lejos ese día, en Ginebra, donde se había desplazado para ver Fidelio, una producción que se esperaba para pocos meses después en el teatro de la Rambla, construido en el antiguo convento de los trinitarios a mediados del siglo XIX. “Mejor, si no hubiera intentado entrar”, reconoce. “Me llamaron por teléfono al teatro suizo y no me lo creía”, sigue Llabres, quien pocos días después ya estaba de vuelta y pudo entrar para recoger las partituras, también salvadas del fuego.

El interior del Liceu después del incendio, con el patio de butacas y el escenario completamente destruidos y sin techo. © Antoni Bofill

La última función que se había visto en el escenario del Liceu había sido Mathis der Maler, el sábado 29 de enero. Un recital se había cancelado el día de antes del incendio, el domingo 30 de enero, y el día de después, el martes 1 de febrero, iban a empezar los ensayos de Turandot. Habría que esperar más de cinco años para que se volviera a subir el telón y finalmente se representase la ópera firmada por Núria Espert. La pérdida de un icono de la ciudad fue respondida con la unidad de todas las administraciones, volcadas en su reconstrucción, así como por las aportaciones de los principales agentes de la ciudad, quienes llenaron desde los primeros días las páginas de los periódicos con anuncios de sus donaciones. Hasta se abrió una caja popular y se organizaron conciertos en la Rambla para sufragar los costes.

La reforma no fue tan rápida como la del primer y anterior incendio que había sufrido el Liceu, en 1861, resuelta en tan solo un año. Aquella vez, el suceso sí que coincidió con una función, con algunos espectadores ya en el teatro, así como los músicos, pero tampoco se tuvo que lamentar ninguna muerte. En el segundo incendio, los trabajos se alargaron durante más de cinco años, lo que llevó a organizar pequeñas temporadas en otros equipamientos de la ciudad como el Palau de la Música, el Teatro Victòria, el Mercat de les Flors, el Teatre Nacional de Catalunya (TNC) y el Palau Sant Jordi. No obstante, los incendios no han sido las únicas fechas negras que están marcadas en el calendario del teatro de la Rambla, donde también se recuerda el atentado durante la noche de inauguración de la temporada de 1893, producido durante el segundo acto de Guillaume Tell. El anarquista Santiago Salvador lanzó dos bombas, pero solo explotó una, que causó una veintena de muertes y un gran número de heridos.

De un teatro del siglo XIX a uno moderno y puntero

Las obras en el edificio quemado hace 30 años permitieron actualizar finalmente una estructura concebida en el siglo XIX, según remarca Llabres, quien vio cómo su trabajo automatizaba muchas tareas y daba un salto de escala. Aunque la apariencia se mantuvo como antes, el edificio se dotó de las últimas tecnologías y, además, se amplió con solares vecinos de la Rambla y las calles Sant Pau y Unió. Se ganó espacio para los vestíbulos, los salones de descanso, las escaleras, las oficinas y, sobre todo, las salas de ensayo, así como se mejoró el escenario para poder tener más de una obra simultánea en cartel y se incorporaron dispositivos para gravar las representaciones. También se redujeron el número de palcos, eliminando las fatídicas bañeras, y se modificó la pendiente de la sala para mejorar la visión, donde también se instaló un sistema de climatización. “Es muy diferente a como era, pero para una persona del público sigue siendo muy similar”, señala Llabres.

Las obras de reconstrucción del teatro de la Rambla se alargaron durante más de cinco años. © Manolo Laguillo

La pesadilla se dio por terminada el jueves 7 de octubre de 1999. A las ocho de la noche, el telón, diseñado por Antoni Miró, se volvió a levantar, ante una audiencia llena de autoridades, además de todos los que lo siguieron desde casa en la televisión. El drama lírico de Giacomo Puccini sedujo a un público que estaba entregado desde el primer minuto, así como enfrascado en contemplar la nueva sala y las pinturas de Perejaume. “Fue muy emocionante”, recuerda Llabres. El equipo artístico llevaba trabajando desde agosto en la pieza, “con cascos incluidos porque la sala de ensayos era la única que estaba en marcha”. No fue fácil adaptarse a todas las mejoras que se habían incorporado, “era mucho trabajo pero también muy emocionante”. “Volvimos con los problemas y las alegrías de cualquier teatro”, resume. Y así han pasado los años.

La noche de la inauguración del nuevo Liceu, lleno de autoridades. © Manolo Laguillo
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Publicado por
Cristina Martín Valbuena

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