Escena

‘L’Alegria que passa’, la despedida por todo lo alto de Dagoll Dagom

La compañía de teatro recupera el primer gran éxito de Santiago Rusiñol en su última creación, antes de cumplir los 50

Despedirse siempre provoca tristeza, pero mejor hacerlo en buena forma. Así es como lo ha querido Dagoll Dagom, la histórica compañía de teatro musical en catalán ha decidido poner punto y final a su trayectoria cuando ha visto que se acercaba a los 50. “Es una historia muy larga”, cuenta Anna Rosa Cisquella, la última integrante activa de la triada que impulsó Dagoll Dagom, junto con Joan Lluís Bozzo y Miquel Periel, equipo directivo que le tomó el relevo a su fundador, Joan Ollé. Antes de que fuera demasiado tarde, la compañía barcelonesa ha creado su último espectáculo, L’alegria que passa, que se puede ver hasta el 14 de mayo en el Teatre Poliorama, con la mirada puesta en el último regreso, esta vez sí, de su Mar i cel el año que viene.

Dagoll Dagom ha escogido para su creación final —llegando a las 30— un clásico catalán, el primer gran éxito de Santiago Rusiñol, siguiendo con la tradición de la casa que también ha adaptado Antaviana de Pere Calders o Aloma de Mercè Rodoreda. Según señala Cisquella, recientemente involucrada en la recuperación de los antiguos cines Texas, la idea surgió en plena pandemia, cuando el teatro vivió uno de sus momentos más duros. L’alegria que passa llevaba tiempo en la lista de pendientes y, teniendo en cuenta que narra el día a día de una compañía teatral, a nadie se le ocurrió una mejor despedida —y homenaje para el sector—. Además, es una obra corta, lo que daba mucha libertad para añadirle canciones y bailes sin que su representación se hiciese demasiado larga.

Cisquella pensó en Andreu Gallén (dirección musical) y Ariadna Peya (dirección coreográfica) para darle forma, con quienes ya había trabajado en Maremar en 2018. El último en sumarse fue Marc Rosich, para el texto y la dirección de escena, consiguiendo un liderazgo a cuatro manos equilibrado y construyendo desde el principio conjuntamente todos los elementos, es decir, música, bailes y texto. Lo importante era mantener la esencia de Dagoll Dagom, remarca la productora, queriendo innovar y arriesgarse, pero sin olvidar que lo más importante es atrapar a espectadores variados: “Hay que tener una clara visión de cómo explicar la historia para el gran público, sin bajar el listón, en la que todo el mundo pueda hacer su lectura y no reducirla a élites muy preparadas. Nuestras obras tienen diferentes visiones y así creemos que hemos recuperado público. Siempre nos preguntábamos, ¿le gustará a mi madre?”.

El resultado se sustenta en una potencia musical en la que el elenco canta pero también toca el piano o la guitarra, además de marcar el ritmo con unos bailes y acrobacias que quitan el hipo, incluso resultan frenéticos. Todo ello, sin entorpecer el avance de una trama que fue escrita a finales del siglo XIX pero se mantiene vigente.

Rusiñol pensó en un pueblo cualquiera, dominado por un cacique que decide por todo el mundo. La vida gris de sus habitantes se ve interrumpida por la llegada de una compañía de artistas ambulantes, que servirá para despertarles, un poco, de su letargo, aunque sin ofrecer, como en la vida, la panacea absoluta. La interpretación que ha hecho Dagoll Dagom hace recaer el peso de la acción en las interpretaciones de Júlia Genís, Mariona Castillo y, sobre todo, Àngels Gonyalons.

La actriz que hizo de Blanca en la primera producción de Mar i cel (1988) vuelve a trabajar con la compañía barcelonesa comiéndose los dos papeles que le han asignado, el alcalde del pueblo y el director de la compañía teatral, los líderes de los mundos que entran en conflicto. En el que dice que será su último musical, Gonyalons va haciendo crecer a ambos personajes, y conquistando el escenario, hasta que los enfrenta en un exquisito monólogo en el que demuestra su fuerza. “Tengo un regalo”, admite la actriz, quien pone en valor la sintonía del elenco, “somos como una ameba”, constatada desde el patio de butacas viendo a todos los miembros compenetrados bailando al vaivén de las de agujas del reloj o lo que toque.

Àngels Gonyalons, en L’alegria que passa. © David Ruano
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Publicado por
Cristina Martín Valbuena

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