A poco más de un año de su fallecimiento, el Palau Martorell acoge la exposición más completa en España del pintor colombiano Fernando Botero. La muestra, que se podrá visitar hasta el 20 de julio, destaca el carácter universal de sus pinturas y la relación del artista con nuestro país
Los cuartos de baños son figuras recurrentes en la obra de Botero, un homenaje del pintor al francés Pierre Bonnard.
Enfrentar la obra de Botero significa profundizar en el estereotipo y los clichés que han acompañado sus pinturas desde miradas poco precisas y desde una perspectiva europea, clásica, y hasta colonizadora. A ojos del gran público, Fernando Botero es aquel que pinta señoras gordas (y señores gordos, que parece que siempre se olvida). Sus figuras se proyectan fuera del canon estético común y no encajan con la representación hegemónica que el cuerpo humano ha tenido a lo largo de la historia del arte clásico.
Podríamos hablar largo y tendido de lo necesario de la representación de cuerpos no normativos en el arte. Una necesidad que parte de modelos a reivindicar más cercanos a referentes que ha tenido la pintura en otros tiempos como Rubens, Lucien Freud e infinidad de pintores figurativos que tomaron la senda del expresionismo. Bajo ese prisma, el cuerpo de la mujer (y del hombre) se pinta como un continente sin contenido, y esos cuadros, se centran en la virtud de la carne, en lo profano de los cuerpos y sus imperfecciones, y en los matices y la belleza, o no, de esa voluptuosidad. En el caso de Botero, ese es un enfoque erróneo, ya que en ningún caso parece querer llegar a esas cotas con sus lienzos.
Fernando Botero pinta personas gruesas de cara inexpresiva. Son figuras frontales que muchas veces miran al espectador. A simple vista, uno podría pensar que se trata de esfinges hieráticas, inexpresivas, vacías, simples, y a su vez infladas de un modo exagerado, hinchadas, rechonchas… Sin embargo, según el relato del pintor, él solo pinta volumen y se considera el pintor que trabaja en especial esa cualidad de la composición, a diferencia de la mayoría. Y lo hace desde una explícita sensualidad y una particular visión o estilo pictórico fácilmente reconocible, exportable y vendible.
Siguiendo con la literatura vinculada a su arte, Fernando Botero asegura en entrevistas que su estilo parte del azar, cuando una vez, disponiéndose a pintar una mandolina, decidió hacer el orificio del centro más pequeño de lo habitual, logrando así, una resonancia con el cuerpo de una mujer y descubriendo de un modo casual, la exuberancia de esas formas trasladadas a la carne. Una carne que evoca opulencia, feminidad y unas líneas curvas sugerentes. El volumen como exaltación de la vida.
Uno puede observar, también, que ese uso del volumen y composición se encuentra en todas y cada una de las figuras que el pintor pone en el espacio de la representación. Hay la misma opulencia en una roca, una montaña, una naturaleza muerta, un sombrero, una mesa, una lima o una palmera. Este trabajo tan particular del volumen se ha llegado a nombrar “boterismo”, que es algo así como la exaltación del volumen en el modo en que lo hace o lo haría Fernando Botero. Llegados a este punto, podemos hablar de una firma que se torna universal, reconocible y que, indudablemente, pertenece ya, al gran imaginario colectivo. Cuando esto pasa, se eleva, automáticamente, la figura del artista a los niveles que llegaron Picasso con lo picasiano, Dalí con lo daliniano o Goya con lo goyesco.
Si nos alejamos de la visión romántica del artista y su relato, encontraremos, quizá, la verdad de unas pinturas de bella factura, sin duda, pero en las que se intuye mucho más conflicto del que se puede apreciar a simple vista. Botero es una figura inseparable de su Colombia natal, un icono absoluto en Latinoamérica y un personaje clave, controvertido y admirado, que esconde, bajo su arte, un profundo amor por su país, por su cultura y por su historia.
Existe, pues, un claro conflicto identitario en las pinturas y esculturas de Botero, igual que existe en muchos aspectos de la historia y la cultura de Colombia
Fernando Botero nace en Medellín el 19 de abril de 1932. De madre costurera, su padre fallece cuando él tenía cuatro años. Se inscribió en la escuela de tauromaquia de la mano de su tío con doce, y comenzó a exponer con diecinueve años en Bogotá. Obsesionado con Picasso, viaja a Barcelona y posteriormente, a Madrid. Se matricula en la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando y visita el Prado para empaparse de Velázquez y Goya. Fuertemente influenciado por Piero della Francesca, viaja a Florencia y comienza a idolatrar a los pintores renacentistas del Quattrocento.
Pintor, dibujante y escultor, expuso en las grandes capitales del mundo destacando el Metropolitan de Nueva York, el Hirshhorn de Washington, el Reina Sofía de Madrid, en los Champs-Élysées de París y en la Piazza della Signoria y el Palazzo Vecchio de Florencia. Sus esculturas se han mostrado en París, Berlín, Nueva York, Chicago, Buenos Aires, Madrid, Los Ángeles, Jerusalén, Washington, Lisboa, Sao Paulo, Miami, Venecia, Florencia, Singapur, Tokio, Hong Kong, Saint-Tropez, Moscú y San Petersburgo. En el año 2000, donó la mayor parte de su colección de arte al Banco de la República de Bogotá y al Museo de Antioquia de Medellín, creando el Museo Botero, el Museo Antioquia y la Plaza Botero. Vivió en París y en Montecarlo, donde falleció a la edad de 91 años el 15 de septiembre de 2023.
Su arte se define por ser un cruce perfecto entre su cultura y los referentes coloniales europeos. Sus pinturas y esculturas tienen sus raíces en el arte precolombino e indígena de Colombia y de toda Latinoamérica. La obra de Botero parte de los restos arqueológicos, de las esculturas tradicionales, de los tótems, de las máscaras, de seres mitológicos y de animales, con rostros inexpresivos, mirada al frente y figuras con formas más cercanas a las vasijas, los jarrones y las estatuas creadas por los indígenas que a la figura clásica de la mujer y el hombre.
Botero se inmiscuyó y se integró en el arte europeo para tomar partido de él, para ser uno de ellos, uno de los artistas universales que él tanto admiraba
Podemos observar un conflicto entre la América nativa y la vieja Europa, entre el proceso de descolonización y el imperio que dicta sentencia acerca de un arte accesible a ojos de un público europeo, pero que nada tiene que ver con los cánones occidentales. Existe, pues, un claro conflicto identitario en las pinturas y esculturas de Botero, igual que existe en muchos aspectos de la historia y la cultura de Colombia.
A través de su universo simbólico particular, se trasluce una reivindicación de lo regional que se torna universal. Botero se inmiscuyó y se integró en el arte europeo para tomar partido de él, para ser uno de ellos, uno de los artistas universales que él tanto admiraba.
A ojos del mercado occidental, la pintura latinoamericana tiende a ser un arte de segunda clase en la década de los años 50, y más si entendemos la eclosión del arte abstracto americano frente al figurativo, de la mano de nombres como Pollock o Rothko. Así pues, Botero busca un reconocimiento dentro de un mercado clasista, en el que ser aceptado confronta con lo auténtico de forma habitual. Al mercado del arte le suele gustar aquello que le parece exótico y llamativo, se sorprende a sí mismo de encontrar cercano en forma y belleza el arte indígena, y que a su vez, sea un arte tan lejano en su contenido y significado. Un ejemplo de este sentir sería la figura y lo que se ha creado en torno a Frida Kahlo.
Existe un punto de vista racista en el poder económico del arte, algo que igualmente sabemos existente en otros estamentos sociales. Bajo ese prisma, debemos reivindicar una profunda descolonización de las ideas y simbolismos, así como una mejor interpretación de las obras, y un encaje diferente y adecuado para ellas. Que un arte sea fácil de vender a ojos occidentales, no significa que debamos traicionar su nacionalidad o blanquear su origen. Se tiende a banalizar el arte regional y es fácil acabar por promocionar una imagen idílica de la colonización.
Las figuras de Botero no se han criado bajo el canon estético renacentista, toman prestada la composición y la técnica, pero nunca el significado, por lo tanto, hay que valorarlas de un modo distinto. Los referentes de Botero son los artesanos, la pintura mural decorativa, los murales de protesta, las pinturas políticas en las paredes de las casas y los edificios. Su estética naïf, plana, con colores vivos, hace referencia, claramente, al arte popular.
A diferencia de sus contemporáneos, Botero decide mirar hacia Diego Rivera y a los suyos, huir de las vanguardias, defender lo mestizo, el arte colombiano y su origen y, pese a poseer los mejores estudios sobre arte, declararse abiertamente autodidacta. En sus elementos cohabitan paisajes selváticos, tierras rojizas, casas coloridas, frutas, niebla, todo con una gama cromática saturada. Parece por momentos, que el pintor hace un mural o un bodegón de la gente y las costumbres del país. Podemos considerar que la historia de Colombia está plasmada en las pinturas de Fernando Botero.
Botero hace protagonistas a la gente del pueblo, no personifica y se vale de la memoria colectiva
Sus temáticas van desde el costumbrismo rural, a la violencia de género, a las imágenes de matanzas, al narcotráfico, al mundo del circo y al mundo de la tauromaquia. Todas esas imágenes, por crudas que parezcan, son idealizaciones sin dramatismo. Como un bello recuerdo expuesto sin expresividad. Esas pinturas buscan arraigo en la tierra, documentar la historia, y generan más tensión, si cabe, al tratarse de hechos reales violentos en los que las figuras, siempre hieráticas, transmiten más al espectador y lo miran. Las figuras de Botero te hacen partícipe de su narrativa. Existe tensión entre clases sociales en sus lienzos, una tensión entre la calidad de la obra y lo que se considera arte únicamente decorativo.
Botero hace protagonistas a la gente del pueblo, no personifica y se vale de la memoria colectiva. Una reivindicación más, de que mediante esa idealización, mediante lo naïf y lo onírico, se dignifican sus orígenes y su cultura convirtiendo su historia, la de su país, en algo universal. Un ejemplo de esto es la serie dedicada a las torturas de Abu Ghraib que el pintor inicia en 2004. En una evidente analogía con la historia y los abusos del poder en Colombia, Botero denuncia que ese hecho, de ese mismo modo, puede suceder en cualquier parte del mundo.
También hay espacio para la caricatura y el humor en su pintura. Las recreaciones de grandes obras de arte, reconocibles para el gran público, acercan su pintura a lo que llamaríamos popular a la vez que parodia a los pintores europeos. Desmitificando su valía, su accesibilidad y su carácter inalcanzable, Botero reivindica su origen y lo sitúa al nivel de los clásicos. Este carácter altruista y comprometido, lo hizo donar gran parte de su patrimonio artístico a su país con el fin de hacer accesible su obra y que sus conciudadanos pudieran disfrutarla, situando a Colombia en el mundo del arte gracias a la colección tan excepcional que ostentaba el pintor.
La escultura de Botero se comprende a partir de la artesanía tradicional y como una inevitable extensión de su pintura. Rememoran las figuras arqueológicas de un modo todavía más claro y directo. Sus estatuas y tótems son la viva representación física de las figuras que proyecta en el lienzo. En Barcelona, hasta ahora, solo podíamos visitar el famoso y gigantesco gato de bronce en la Rambla del Raval, figura icónica de la ciudad que fue adquirida por el Ayuntamiento en 1987 sin tener clara su ubicación. El Gato de Botero deambuló por diferentes espacios de la ciudad durante 16 años hasta establecerse en su localización actual.
Fernando Botero: Un Maestro Universal está producida y organizada por el Palau Martorell y Arthemisa en colaboración con la Fundación Fernando Botero, y cuenta con Clear Channel como partner. La muestra, que se podrá visitar hasta el 20 de julio, está comisariada por Lina Botero y Cristina Carrillo de Albornoz, y cuenta con 110 obras, muchas de ellas inéditas, procedentes de colecciones privadas, que incluyen esculturas, pinturas, óleos, acuarelas, sanguinas, carboncillos y dibujo a lápiz.
La exposición está distribuida en diez temáticas, y destacan La Menina, según Velázquez y Homenaje a Mantegna, pieza que ha permanecido inédita por más de 40 años y que descubrió, a través de Christie’s, Lina Botero en una colección privada en Estados Unidos.
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