Hace mucho tiempo que no camino Via Laietana abajo. Aún no la había visto sin turistas. La catedral, sí. Al principio de la pandemia. No apetece demasiado pasear, por ejemplo, a las once si sabes que no podrás entrar a tomar nada o —perdonen lo prosaico— ir al baño de algún bar a cambio, precisamente, de tomar algo. Para mí la gracia de pasear por una ciudad extranjera o propia no es sólo ver monumentos. Es sobre todo entrar en las ferreterías, tiendas de ropa, de velas o de juguetes, de comida, claro, y en un momento dado tomar una copa de vino aquí o café allí. Antes de la covid solía comprarme un bocadillo caliente en el Conesa, de la Plaça de Sant Jaume, y me lo comía sentada en algún bordillo de los alrededores.
Hoy, sin embargo, tengo que hacer un encargo (un “recado”, que decía mi padre) y aprovechando la ocasión me acerco hasta el Palau de la Música. Les parecerá mentira, pero no había visto, todavía, la escultura de Jaume Plensa, en la calle Sant Pere Mes Alt. Se llama Carmela, eso sí lo sabía, y creo que antes estuvo instalada delante del Palau. La gracia de esta escultura, que es la cabeza de una adolescente, pero podría ser la cabeza de un sacerdote, de un alienígena, de una diosa, de una mujer prehistórica, de una chica cualquiera, es que, según desde donde la mires, es una cosa u otra.
Hay quien pasa por delante de Carmela sin verla. Así debe ser. Hay quien pasa por delante de Carmela y de repente hace un gesto como de pinchazo. Una sorpresa en medio del camino. Y hay quien pasa por delante de Carmela con la intención de contemplarla. Quien tiene una sorpresa y quien, como yo, tiene la intención de contemplarla hace lo mismo: la mira desde todos los ángulos. Ahora de frente. Ostras, ahora de lado. ¡Pero si es muy delgada! Ah, esta oreja, esta oreja ha sido especialmente creada para que yo, ahora mismo, tenga esta sensación y sonría. Oh, y ahora del otro lado. ¿Quién eres Carmela? Tendré que volver a mirarte de frente. ¿Cuál de las Carmelas eres?
Una escultura de calle debe tener unas características. Supongo que el artista cuenta —quizás espera— que alguien se subirá encima, la pintarrajeará, la ensuciará. Espera, claro, que no todo el mundo la aprecie. Pero esta Carmela es otra cosa. De repente, hace que entienda muchísimo a Jaume Plensa, a quien no conozco de nada, y que me caiga muy bien. Carmela no puede ser más sencilla. Carmela no puede ser más complicada.
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