Hubo una época en que la discusión era “mediáticos sí, mediáticos, no”. Entonces los que considerábamos que ya estaba bien que viniera a firmar la Belén Esteban de la época (no sé si existía, ya, como “autora”, pero, en todo caso, alguna estrella de la crónica rosa habría, con libro recién publicado) decíamos: “Baltasar Porcel también es mediático, escribe cada día una columna en un medio”. No existía tuiter. Los que decían (siempre los ha habido) que “el día de Sant Jordi debería convertirse en la Diada de Catalunya” lo hacían mediante una esforzada carta al director. Los autores que venían a firmar de otras partes del mundo (ya fuese de Madrid o Ámsterdam) siempre se sorprendían de las largas colas de los autores en lengua catalana. También del hecho, nada habitual, que entre los libros más leídos pudiera haber cuentos, no sólo novelas.
Desde el año 99, he vivido el día desde el lado de los autores. Estar en una parada, boli en ristre, y que venga un solo, un solo lector y diga aquello de “Te sigo” es una maravilla. Estamos hablando, al fin y al cabo, de libros, y esto es más milagroso que el primer milagro de Jesús, el de las bodas de Caná, que siempre ha sido mi milagro favorito, justamente por la parte literaria que tiene. En el Evangelio de San Juan se explica que Jesús y su madre (detalle importante) van a una boda en Caná y se acaba el vino. La madre hace lo que haría cualquier madre de artista; le dice al hijo: “Se les ha acabado el vino”. Y él: “¿Y yo qué tengo que ver? Todavía no ha llegado mi hora”. En este punto, siempre me gusta imaginarme un: “Ay, mama…!”. Pero la madre, como madre, no le hace caso y les dice a los criados: “Haced lo que él diga”. Y Jesús, entonces, a pesar de que se estaba haciendo el remolón, actúa. Pide a los criados que llenen jarras de agua y se las lleven al “camarero administrador principal”. Es decir, al primer sumiller de la historia. El sumiller prueba lo que le han llevado (no sé si centrifuga o no la copa) y felicita al novio porque “es el mejor vino que nunca ha servido”.
El año pasado nos quedamos sin Sant Jordi. Había autores que sacaban el primer libro y no pudieron firmar. Este año, claro, puede que no tengan lugar en los puestos, porque hay nuevos libros. Siempre ha habido colas, no notarán mucho la diferencia, supongo. Algunos años ha hecho calor, algunos hasta frío. Y en todos estos años de normalidad, al mediodía, siempre me he saltado el almuerzo de la editorial y he ido —supongo que este año también— a tomar un negroni o un margarita al Dry Martini, al Ideal o al Boadas (donde es tradicional encontrarse a Núria Ribó con sus amigas). Un momentito en la barra, pellizcando patatas fritas crujientes. Pensando en esta extraña fiesta: nos regalamos libros y rosas. Es muy fuerte.
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