Las opiniones divergentes, si están argumentadas, siempre ayudan a mejorar los proyectos. Recuerdo cuando salió el veredicto del jurado del concurso para la plaza de las Glòries ya hace más de 10 años. Muchos expertos razonaron entonces, no sin cierta razón, que existía el peligro de que la gran zona verde, en un espacio de casi 12 manzanas, generara un vacío sin actividad.
Manel Solà-Morales escribió que “en lugar de un espacio vacío, el sector de las Glòries podría ser un tejido lleno de múltiples espacios y edificaciones, a caballo de tantas infraestructuras como hiciera falta. En contacto. Con las arquitecturas más valientes”. Aquella reflexión hizo que parte de la transformación de Glòries versara sobre los estudios volumétricos de los edificios de equipamientos, la vivienda pública y privada de los entornos de la plaza, trabajo que articularon los arquitectos Fusas-Viader y Perea y Mansilla.
La tentación podría haber sido ampliar el parque y hacer exclusivamente zonas verdes, pero la sucesión de trabajos simultáneos sobre la Canopia verde y las construcciones perimetrales, ha hecho de Glòries un espacio en constante evolución, incluidas las urbanizaciones provisionales durante las obras. Ahora que entrará en carga el gran intercambiador de transporte público, cualquier ciudadano que pasee convendrá conmigo que, vacío y desolado, precisamente, no ha quedado este espacio.
La anécdota de un vagón de metro con todos los pasajeros enganchados a la pantalla del móvil tiene derivadas mucho más profundas de lo que nos pensamos. La ciudad del siglo XXI ya no late al ritmo de las cadencias de las campanas de las iglesias, ni de los timbres de las fábricas o los silbatos de los ferrocarriles. Ya no hay unos ritmos colectivos, cada cual está pendiente de las notificaciones de su teléfono. Tampoco el concepto de ciudadanía es el mismo: el barrio ya no es el marco de relación para muchas de las personas, más allá del periodo escolar, si es que se tiene descendencia.
Y la manera de hacer ciudad, lógicamente, se va transformando siguiendo la estela de estos cambios. Hace unos años, cuando se empezó a gestar el desarrollo de la plaza de las Glòries, se empezó pensando que la implantación de equipamientos de escala metropolitana ayudaría a crear una “nueva centralidad”: primero fueron el Teatre Nacional y el Auditori. Después vino el Disseny Hub, los Nous Encants, la Torre Agbar y el Campus Audiovisual, además del Centro Comercial Glòries. No muy lejos, se ubican la Fundación Vila Casas, y una sede de la Universitat Pompeu Fabra.
Se soterraron las vías de tren y, en 1992, se construyó un anillo elevado que pretendía deshacer el nudo imposible entre la retícula del Eixample y los dos grandes ejes díscolos de Barcelona, la Diagonal y la Meridiana. Se da la circunstancia que la misma ingeniería que la diseñó, fue la encargada de desmantelarla, con una precisión innegable, veinte años después.
Uno de los grandes activos de la plaza de las Glòries es la diversidad de usos y medidas de las actuaciones
El año 2007 se adoptó el Compromís per Glòries, que apuntaba a la necesidad de incrementar la dotación de equipaciones de barrio, que ya es una realidad. Destacan la escuela Encants, y la escuela infantil Leonor Serrano; mientras que no se ha conseguido todavía repensar la losa del aparcamiento de Ciutat de Granada, que tenía que ser el sótano del Edificio Ona, y que tiene 324 plazas, repartidas en 3 pisos. Se preveían oficinas administrativas, un auditorio y un centro polivalente, con capacidad para 1.600 puestos de trabajo. De momento, es un recinto desafortunado.
Visto en perspectiva, uno de los grandes activos de la plaza de les Glòries es la diversidad de usos y medidas de las actuaciones. La flexibilidad de usos y espacios atrae gente que tiene rutinas laborales y que hace actividades complementarias cuando acaba, o gente que simplemente va para disfrutar del parque o de las actividades culturales.
La plaza es, así, una plaza de vínculos poco predecibles, pero numerosos y diversos. Ahora, además, convivirán los residentes de la vivienda protegida de la Illa Glòries —algunos de alquiler, otros en régimen de derecho de superficie— con los residentes de las Torres de Castillejos-Diagonal, con alturas de entre 14 y 15 plantas, de titularidad privada.
La regeneración de la plaza de las Glòries tiene una dimensión comparable a la transformación de Vila Olímpica, el Fòrum, o la Sagrera, y sin duda, ha sido un revulsivo para acercar el Poblenou en el Eixample. Un buen análisis para hacer, quince años después del Compromís per Glòries, sería el impacto económico de las inversiones públicas en obras en este entorno, y ver si tendría sentido introducir todavía alguno otro uso, sobre espacios como el zócalo del ONA o sobre el propio parque. De momento, la afluencia masiva de criaturas es un indicador incontestable.
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