Presencia en el espacio desde los orígenes del arte, la escultura nos lleva desde las armas primitivas hasta la representación divina, con la energía de un mundo que acaba por hacerse más real –e ideal– que la realidad, entre el equilibrio y la pesadumbre del dolor, del juego a la culpa en sus formas intemporales y perfectas
1
Los guerreros de Riac
Siglo V a. C. Bronce
Museo Nacional de la Magna Grecia, Regio de Calabria
Viajé a Regio de Calabria para ver a estos dos colosos descubiertos en el fondo del mar Jónico, sepultados por la losa de la eternidad. Imponen estos gigantes que podrían jugar al baloncesto, héroes de la Antigüedad de los que apenas sabemos nada. ¿Quién los creó? ¿A quién representan? Qué más da. Solo cuenta su imagen poderosa y el tiempo que se impone, colosal, como un fósil en el bronce.
2
Majestad Batlló
Mediados del siglo XII. Madera policromada
MNAC, Barcelona
Me enternece este Cristo de ojos de pez y cabellos y barba simétricos, un hombre cualquiera, vestido con los colores del Barça, que acaba clavado en la cruz. Su belleza serena resiste bien al tiempo, y observo su vientre prominente sobre el cinturón. Lejos queda aún la imagen del Cristo sufriente que se impondrá posteriormente. Su último propietario, Enric Batlló, le da nombre como homenaje póstumo a su espléndida donación.
3
María Magdalena penitente
DONATELLO. 1453–1455. Madera
Museo dell’Opera del Duomo, Florencia
Esta Magdalena, que lleva el abrigo de sus propios cabellos, parece un hombre. Fue tallada en madera por Donatello, el escultor más fino del Quattrocento, saliéndose adrede del estereotipo de la santa como mujer seductora. Aquí es una ermitaña penitente, obsesionada con el hijo de Dios. Si nos acercamos a su rostro demacrado y miramos bien tras sus pómulos hundidos, encontraremos los ojos que siguen amando a Cristo, su maestro.
4
Piedad
MIGUEL ÁNGEL. 498–1499. Mármol de Carrara
Basílica de San Pedro, Ciudad del Vaticano
De la Piedad de Miguel Ángel, Everest de la escultura del Renacimiento, no solo me impresiona su belleza serena, la mezcla sublime de espiritualidad y humanidad que trasmite la imagen, sino que me obsesiona un detalle anatómico únicamente al alcance de un gran escultor: el pliegue que se forma en la axila derecha de Cristo cuando María sostiene el peso del cuerpo en su regazo. El mármol transmutado en piel.
5
Perseo con la cabeza de Medusa
BENVENUTO CELLINI. 1545–1554. Bronce
Plaza de la Señoría, Florencia
Me gusta contemplar esta escultura desde atrás y observar el rostro monstruoso de la parte posterior del casco de Perseo. Luego lo miro de frente y me doy cuenta de que es una fusión de tradición y modernidad, entre escultura clásica y Miguel Ángel, y es sumamente ligero. Parece que, como un héroe de cómic, esté a punto de salir volando con su casco alado y sus sandalias tan fashion.
6
Éxtasis de Santa Teresa
GIAN LORENZO BERNINI. 1647–1652. Mármol
Iglesia de Santa María de la Victoria, Roma
No hay ninguna otra imagen en el arte occidental que condense mejor la experiencia mística y el orgasmo. La última vez que la vi, puse un euro en una caja para encender la luz y disfruté del espectáculo de mármol y pasión: el ángel amado llega con su flecha y, rozando apenas el cuerpo incólume de la santa, la transfigura en un arrebato tan espiritual como carnal. Bernini, escultor sensual.
7
Monumento al león
BERTEL THORVALDSEN. 1819–1821. Mármol
Lucerna
Nunca olvidaré el día en que, paseando por Lucerna, el azar me llevó hasta lo alto de una colina para ver el león que labró Thorvaldsen. Un lugar mágico donde el rey de la selva duerme majestuoso en su jaula de roca, recortando su bello porte en un lago, como un Narciso zoológico. Un grupo callejero interpretaba música cubana, marcando un contraste cultural más allá del espacio y del tiempo.
8
Musa dormida
CONSTANTIN BRANCUSI. 1910. Bronce
Metropolitan Museum, Nueva York
Me enamoré de este rostro de oro, de frente pulida como un canto rodado, ojos achinados, nariz respingona y boca de piñón. En la simplicidad de ese objeto, una cabeza convertida en huevo, reside su belleza sublime, cuando comenzaba el siglo XX y aún se celebraba la vida. Obra de formas puras y absolutas, perfecta como una joya. Solo deseo que un día despierte, abra los ojos y me mire.
9
El hombre que camina
ALBERTO GIACOMETTI. 1960-1961. Bronce
Colección privada, Nueva York
Cada vez que miro cómo anda este hombre fibroso de Giacometti recuerdo la fotografía de Henri Cartier-Bresson en la que se ve al escultor cruzando la calle bajo la lluvia, resguardándose en su propia gabardina. Y pienso que la obra de Giacometti es una metáfora de su vida: un hombre caminando sin sentido, perdido en la inmensidad del mundo. Irónicamente, una de sus versiones es la escultura más cara jamás vendida.
10
Mamá
LOUISE BOURGEOIS. 1999. Bronce, mármol y acero inoxidable
Museo Guggenheim, Bilbao
Como la pesadilla de Gregorio Samsa, me atenaza por las noches el recuerdo de la araña de Louise Bourgeois invadiendo mi ciudad y arrasando con todo, nativos y turistas. Tiene algo de extraterrestre esta escultura monumental que custodia el Guggenheim de Bilbao. Puedes andar entre sus largas piernas de bronce sin lograr acariciar su vientre frío y siniestro. Una araña metamorfoseada en madre. Cuando desperté, ella, tan bella, seguía allí..
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