El Bar del Post

Jaume Sisa: Esperando la llegada espontánea de los mensajes

“Te diría que, ahora mismo, Jaume Sisa es un cantautor galáctico retirado de la vida pública y social. Ahora lo que hago es escribir, esperando la llegada espontánea de los mensajes para darles forma”. El flujo de sus palabras se detiene un instante, para sorber un poco de agua Vichy y dejar que la atmósfera vespertina del Bar acompase el instante. “De hecho, esa siempre ha sido mi manera de funcionar —prosigue—: las cosas me llegaban y yo les daba mi forma, con la guitarra, las melodías, las armonías y las letras”.

Jaume Sisa recuerda el día de 1963 en que, con 15 años, fue con dos amigos al Musical Emporium de Canaletes a comprar su primera guitarra, con los ahorros de su trabajo en una fábrica de básculas. “Tras la compra, bajamos las Ramblas y fuimos los tres, por primera vez, al Cosmos a tomar algo y celebrar la adquisición. Y nos vimos, de pronto, en aquel tugurio rodeados por maleantes, marineros y prostitutas”. Sonríe al recordar aquel momento de prehistoria personal en la música y la entraña de Barcelona.

Pocos años después, ya bregado en las catacumbas de la bohemia barcelonesa, trababa una amistad especial con el músico Enric Herrera, con el que viajó a Francia y a Túnez tocando canciones de Dylan e impregnándose de calles y literaturas marginales. Pete Seeger, Kerouac, Ginsberg, Ian & Sylvia, Camus. Un bagaje con el que volvió a la ciudad en 1967, a tiempo para conocer otro de sus grandes amigos para siempre: Pau Riba.

Sisa debía morir

Debutó con el single L’home dibuixat, hoy un auténtico himno del underground catalán de su tiempo, a continuación, formó los efímeros y brillantes Música Dispersa, que tras un disco dieron paso a su primer álbum en solitario Orgia. Pero el tiempo pasaba, Jaume Sisa seguía viviendo de su trabajo en la oficina de una compañía de seguros y ya estaba a punto de tirar la toalla.

Pero antes, los mensajes habían llegado en cantidad suficiente para llenar un nuevo disco. “En 1975 yo lo único de lo que era consciente era de mi fracaso. Llevaba desde los 18 tratando de vivir de la música, pero no había manera. Y un buen día, me llama Rafael Moll, de Edigsa, y me dice que mi segundo disco, Qualsevol nit pot sortir el sol, es un éxito, que se está vendiendo como las rosquillas. ¡No me lo podía creer!”.

Sisa debutó en 1968 con el single L’home dibuixat.

Aquel álbum marcó un antes y un después, no sólo en la trayectoria artística y vital del artista —que sigue sin estar muy seguro de que este sea su mejor disco—, sino para el panorama de la cultura Pop catalana. Sea como sea, para celebrar el medio siglo de una obra tan trascendental, Satélite K la reedita ahora junto con los LPs Orgia, Malalts del cel y Sisa i Melodrama. Una nueva vida para canciones tan atemporales como galácticas.

La espuma creció, porque había más mensajes, más magia que el parroquiano se encargó de manipular en forma de canciones. Y así nueve años, hasta que, una noche de 1984, Jaume tuvo la que define como la experiencia más emocionante de su vida. “Fue una noche en la que tuve una revelación. No había tomado nada. Estuve caminando sin rumbo toda la noche, sin meterme en bares, sin hablar con nadie, simplemente andando y configurando una idea: la de ser otro. Sisa debía morir. Al cabo de poco tiempo, anuncié que me retiraba, hice el disco Transcantautor última notícia, el libro Lletres galàctiques y una exposición en el Palau Macaya”. Y aquello fue todo.

Satelite K reedita ahora Orgia, Malalts del cel y Sisa i Melodrama, para celebrar medio siglo de trayectoria.

“Un año después apareció por Madrid un tal Ricardo Solfa”, ríe el músico, hablando de uno de sus numerosos alter egos, quizás el que tuvo mayor trascendencia, porque hasta la segunda mitad de los 90 se impuso como un notable artista de copla, con varios discos y un sinfín de conciertos en su haber, antes de volver al ruedo como Sisa en una segunda encarnación, tan galáctica como la primera.

A la señora mayor no hay quién vaya a verla

“A Barcelona la veo ahora como una señora mayor, bien conservada, posiblemente viuda, que vive en un piso grande donde alquila habitaciones porque ya no goza del desahogo de antaño y porque los hijos ya no están, se han ido y la casa se le hace inmensa. Y la tiene que ocupar porque ella, eso sí, no se mueve. Si la quieren ver, que vengan ellos. Es una señora que recuerda tiempos que para ella eran mejores y que ya no reconoce bien el mundo en el que vive, por lo que mira atrás con nostalgia”.

La misma con la que, quizás, el artista mire atrás cuando de pronto suena en la radio una canción de su niñez, Mustapha de Bob Azzam. Y se suceden, delante de él, momentos pasados iluminados por pequeñas luces de Navidad, como las que veía brillar —“¡cuánta magia!”— cuando acompañaba a su padre, viajante de comercio, a venderlas en ferreterías y lampisterías.

Sisa entiende la capital catalana como una señora mayor nostálgica que rememora tiempos pasados mejores.

“Ahora Barcelona está tan llena de turistas que, como tantas otras, la ciudad ya no se ve”, dice quien, en el lejano 1982, una década antes del furor olímpico, ya hizo un disco con el artista Miralda, Barcelona postal, para cuya portada ambos se disfrazaron de guiris y se marcaron un memorable happening por las Ramblas. “De todos modos, es el nido donde nací y donde probablemente moriré”, determina.

— Pero antes de que eso ocurra, tienes que probar algo de la oferta de nuestro Bar. Tenemos tapas, carta, menú, bocatas… Si quieres echar un vistazo a lo que tenemos.

Jaume Sisa ladea una sonrisa. “Yo soy de menú clásico, tradicional”, avisa. Se acaba el agua con gas y retoma la palabra. “Mientras me lo pienso, sí que me voy a tomar un whisky”, anuncia. Y, antes de ser preguntado, aclara: “si puede ser, un Macallan”.

— Volando.

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Publicado por
Alberto Valle

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