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Nuestros negreros

Una exposición del Museu Marítim revisa la relación de Catalunya con el infame negocio de la esclavitud

El día que Enric Garcia, director del Museu Marítim, fue a su periódico despacho en la Diputación de Barcelona y explicó que tenía previsto organizar una exposición sobre el esclavismo, más de uno del área de presidencia casi se cae de la silla. Temían la incomodidad y malestar que el tema iba a generar entre los descendientes de notables familias catalanas que se habían enriquecido con este negocio. Pero Garcia, un historiador riguroso, se mantuvo y al fin, el pasado mes de febrero, logró inaugurar la muestra, aunque más tarde de lo que había previsto. Sostiene, y no le falta razón, que el origen de muchas fortunas con el esclavismo es un tabú que hay que superar y aceptar como ha ocurrido en otros países. “No se trata de autoflagelarse”, afirma.

La infàmia era una exposición pendiente con la participación catalana en el tráfico de esclavos. Esto es también memoria histórica. Se podrá visitar hasta el próximo 5 de octubre. La exposición arranca en una recreación del Gran Teatre del Liceu, una de las obras financiadas por la burguesía de Barcelona con dinero procedente en parte de la economía del esclavismo. También hay referencias a la industrialización y a la Exposición Universal de 1888, el primer gran escaparate internacional de una Barcelona que por fin había podido derribar las murallas y construir su Eixample.

En el recorrido de la muestra, se pueden observar diversos objetos y documentos relacionados. Así, el espectador verá grilletes, látigos y otros elementos utilizados con los esclavos, maquetas de los barcos propiedad de armadores catalanes, mapas y esquemas de cómo eran los ingenios, las haciendas cubanas donde se procesaba la caña para obtener azúcar y aguardientes y donde se utilizaba mano de obra forzada. Algunas de estas plantaciones pertenecían a propietarios catalanes, como Josep Carbó Martinell, Josep Antoni Marquès Torrents, Salvador Samà Martí, Teresa Sicart Soler, Pau Soler Morell, Tomàs y Pau Lluís Ribalta Serra y Josep Riera Romeu, entre otros.

Esto era una parte del negocio. El otro lo hacían los armadores y capitanes de los barcos negreros que se dedicaban al transporte de africanos a la isla caribeña. Entre los primeros, se encuentran nombres como Josep Canela Raventós, Isidre Inglada, Jaume Tintó Miralles, Jaume Torrents Serramalera, Jaume Vilardebó y Antonio López, marqués de Comillas, que al final ha sido el que ha pagado el pato por todos. Su estatua fue retirada como gran escarmiento a los esclavistas por el gobierno municipal de Ada Colau de la plaza que llevaba su nombre entre la Via Laietana y la Llotja. Sin embargo, aún queda en pie el pedestal con su nombre inscrito.

Hoy, el esclavismo, afortunadamente, nos repugna, pero debemos admitir que durante el siglo XIX fue generalmente aceptado por la sociedad del momento. Inglaterra fue el primer país en ilegalizar la esclavitud en 1807, después de haber dominado este tráfico. Fue el momento de oportunidad que encontraron comerciantes catalanes, vascos y del resto de España para ocupar su sitio. España no la abolió hasta 1837, pero la siguió permitiendo en las colonias de Puerto Rico y Cuba, hasta que en 1886 se erradicó totalmente.

Durante décadas, los empresarios catalanes dedicados a la economía de la esclavitud formaron un influyente lobi que incluso intentó, en la década de 1860, durante la guerra de Secesión en Estados Unidos, que el Gobierno español del momento reconociera a la confederación de los estados esclavistas del sur. Incluso los financiaron. Impidió ese reconocimiento el general Juan Prim. Este se encontraba en Veracruz con un contingente militar español, juntamente con Francia e Inglaterra. Las tres potencias europeas se aliaron para ocupar el puerto mexicano de Veracruz y forzar al Gobierno revolucionario a seguir pagando la deuda exterior que había decidido suspender.

Finalmente, los españoles abandonaron México, y Prim decidió pasar por Washington en su viaje de regreso a España. En la capital norteamericana logró entrevistarse con el presidente Abraham Lincoln. Parece ser que en aquella reunión pactaron que España no reconocería a la confederación. Pocos años después, ambos fueron víctimas de dos magnicidios, y algunos investigadores sostienen que su oposición a la esclavitud pudo tener algo que ver.

La exposición acaba con un vídeo y una instalación artística que habla de reconciliación, aunque también advierte que el racismo es una de las herencias que nos han quedado de esa época infame. La muestra también incluye una referencia a la Casa de los Esclavos en la isla senegalesa de Gorée, donde se agrupaban a los africanos apresados para embarcarlos rápidamente en los barcos que los trasladarían a América. Es un edificio que estremece, sobre todo una estrecha puerta que da al océano Atlántico. Es la puerta por la que aquellos desdichados abandonaban para siempre África.

Por todo lo anterior, no solo es necesario, sino también conveniente, revisar esta parte oscura de nuestra historia. Y me quedo con una frase de Enric Garcia que es una gran declaración de intenciones: “Se ha acabado la época en que los museos tenían que ser neutrales. Nosotros tomamos partido. Contra la esclavitud, la explotación de personas y el racismo”.

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Xavi Casinos

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