¿Quién se atreve a intercambiar casa?

Estos intercambios de casa no tienen nada que ver con Airbnb: aquí no estamos ante un alquiler (legal o ilegal) porque no hay dinero de por medio, esto va de ceder tu casa como la dejarías a unos amigos. De hecho, la práctica es antiquísima, la gente se deja las casas desde el año de la pera, pero las redes sociales han facilitado mucho las cosas, con multitud de portales

El intercambio de casas es una de las tendencias al alza del turismo mundial. La cosa es bien sencilla: en lugar de gastarnos un dineral en hoteles o apartamentos cuando viajamos, intentamos encontrar a alguien del destino deseado que quiera visitar nuestra ciudad, y aprovechamos para intercambiar las casas. Ellos estarán en nuestra casa, nosotros en la suya, y en suma todos podremos pasar unos días en el extranjero sin gastar un duro de alojamiento, y con la comodidad que da el estar en una casa vivida, donde sabes que tendrán un Netflix como dios manda y juguetes para los niños.

Estos intercambios no tienen nada que ver con Airbnb: aquí no estamos ante un alquiler (legal o ilegal) porque no hay dinero de por medio, esto va de ceder tu casa como la dejarías a unos amigos. De hecho, la práctica es antiquísima, la gente se deja las casas desde el año de la pera, pero las redes sociales han facilitado mucho las cosas, con multitud de portales como Home Exchange, donde más de 65.000 miembros ofrecen sus casas a la espera de encontrar alguien con quién entenderse.

A primera vista, el intercambio de casas siempre levanta suspicacias. ¿Dejar mi piso a un desconocido? Y, ¿que duerma en mi cama? Vamos, ¡ni hablar! Pero la clave de todo es la confianza mutua: tú dormirás en su cama, y ​​él confía que le cuidarás la casa y no montarás follón, por lo tanto, la desconfianza desaparece, y la probabilidad de tener encontronazos en la escalera comunitaria -como ocurre con los apartamentos turísticos- desciende hasta prácticamente cero.

Algunos académicos como Antonio Paolo Russo ya han analizado el impacto de este fenómeno, carcaterístico de la llamada «economía colaborativa». Constatan que, por un lado, al tener una naturaleza no monetaria, el intercambio de casas deja fuera de juego a buena parte de los alojamientos turísticos (hoteles y apartamentos). Además, alojarse en el piso de alguien en lugar de usar Airbnb no es trivial en ciudades con la emergencia habitacional de Barcelona: si todo el mundo viajara compartiendo la casa gratis, los miles y miles de apartamentos turísticos -pisos vacíos donde no vive nadie- dejarían de tener sentido.

Intercambiar también permite vivir las ciudades «como un local», ya que a menudo te alojas en barrios periféricos (y no en los centros históricos saturados de turistas). Y el huésped que tendrás en casa hará vida en el barrio, comprará en las tiendas donde tú compras y, en general, se intentará integrar en el día a día del vecindario. Es verdad que una familia de vacaciones es una familia de vacaciones, y puede quedarse charlando hasta tarde con las ventanas abiertas, pero en verano también oímos el reggeaton a todo trapo del vecino, y no por eso llamamos a la policía.

El intercambio de casas es un fenómeno que se da mayoritariamente en Europa y EEUU (es decir, en los países ricos), y el éxito de la iniciativa (la mayoría de los que intercambian repiten, y las familias numerosas, las que más hay ahorran, llegan a pactar intercambios de un verano a otro) ha hecho que poco a poco, los intercambiadores se hayan ido agrupando en comunidades temáticas y exclusivas. Una de las que nos queda más cerca es Behomm, una comunidad de intercambio de casas exclusivamente para gente que tiene oficios creativos (artistas, fotógrafos, diseñadores, arquitectos…). Funciona por invitación, y sus miembros se aseguran de que intercambiarán sus lofts y casas fashion con otros enamorados del diseño y locos de la decoración. Behomm fue creada por Eva y August, una pareja de diseñadores de Barcelona, ​​que en menos de 5 años de vida han cerrado cientos de intercambios para los 2.500 miembros que tienen en todo el mundo, desde Islandia hasta Ciudad del Cabo.

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Publicado por
Albert Forns

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