Salvar los comercios históricos. ¿Cuándo empezamos?

Pasan los años y el Ayuntamiento parece no tener ningún tipo de plan para proteger estos comercios –y cada vez quedan menos, tictac-tictac– ni ninguna idea para garantizar su continuidad. Porque, desengañémonos, no es cuestión de libre mercado, sino de preservar el interés público –lo que hace que Barcelona sea Barcelona, las señales de identidad de un barrio y de un vecindario.

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urante los últimos 127 años, la calle Avinyó fue la calle del Pitarra, uno de los restaurantes clásicos del Gótico, con una larga historia vinculada al vecindario y a la cultura barcelonesa. El nombre le viene de Frederic Soler Pitarra, que fue propietario –o mejor dicho, el heredero–, y la reputación la consiguió de las tertulias que el dramaturgo organizaba en la trastienda cuando aquello todavía era una relojería, que reunieron a las primeras espadas de la intelectualidad barcelonesa de mediados del XIX. Durante todo el siglo pasado, el Pitarra fue un puntal de la calle Avinyó –¿dónde pensáis que debía de echar el trago, el joven Picasso, antes de ir a ver a las señoritas?– y en la actualidad era uno de los últimos exponentes de la cocina catalana clásica en la zona cero: en esta época de bares con chill out en el hilo musical, comer allí era un viaje en el tiempo, con la pared repleta de cuadros antiguos y los preceptivos manteles, blanquísimos, que inevitablemente se llenaban de manchas de vino a medida que avanzaba la conversación.

El pasado abril, el Pitarra, ‘Cuna del Teatro Catalán’, cerraba en medio de la enésima campaña de “no puede ser, hemos perdido el juicio” en los medios y las redes sociales. Al morir el propietario histórico, Jaume Roig, parece que el nuevo dueño quería hacer más caja y lo transformó en el Scruffy Murphy’s (alguien me debería explicar por qué los pubs irlandeses han de tener siempre este tipo de nombres mugrientos).

El nuevo pub no ha durado ni tres meses, tal como revelaba el periodista Jordi Nopca en Twitter, el tiempo justo para cubrir las necesidades etílicas de los turistas durante el Mundial de fútbol y acabar de emborrachar a unos cuantos millares de ingleses, porque todo el mundo sabe que si algo falta en el casco antiguo son lugares donde los ingleses puedan tomar su cerveza. El negocio nos ha salido redondo a todos: a los barceloneses, a los turistas, al barrio y al propietario, que ya busca a alguien que quiera instalar la enésima franquicia gástrica.

Quizás sería hora de darnos cuenta de que estas tiendas históricas son el equivalente a pie de calle de Antoni Gaudí y Josep Puig i Cadafalch, los iconos indispensables para definir la personalidad de una calle y diferenciarlas entre sí

Hasta aquí un esquema clásico, que se ha repetido estos últimos años al menos una vez al mes con librerías, chocolaterías, droguerías y todo tipo de comercios históricos que cierran por la presión rentista y abren transformados en el enésimo comercio sin alma que no aguanta ni una ventolera. Pasan los años y el Ayuntamiento parece no tener ningún tipo de plan para proteger estos comercios –y cada vez quedan menos, tictac-tictac– ni ninguna idea para garantizar su continuidad. Porque, desengañémonos, no es cuestión de libre mercado, sino de preservar el interés público –lo que hace que Barcelona sea Barcelona, las señales de identidad de un barrio y de un vecindario– por encima del cortoplacismo especulativo. Que es necesario adquirir el Pitarra y abrir un concurso público para que se encargue alguien de él… Pues adelante, ya encontraremos a algún cocinero joven que tendrá ganas de hacer manitas de cerdo como se han hecho toda la vida.

Documentos de PItarra. Imagen de David Salvador del blog Cultibar

Durante el siglo XX aprendimos que debíamos preservar el modernismo, que no podíamos seguir perdiendo joyas arquitectónicas cada vez que el rey del ladrillo levantaba un bloque de pisos. Y este modernismo preservado es precisamente el que ha puesto Barcelona en el mapa y ha atraído a los millones de extranjeros que visitan la ciudad. Quizás sería hora de darnos cuenta de que estas tiendas históricas son el equivalente a pie de calle de Antoni Gaudí y Josep Puig i Cadafalch, los iconos indispensables para definir la personalidad de una calle y diferenciarlas entre sí.

George Steiner decía que la idea de Europa residía en sus cafés: espacios únicos e inimitables para la conversación y el encuentro. ¿Qué Europa nos espera, si convertimos todos los cafés en hamburgueserías y locales de zumos verdes?

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Albert Forns

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