Debemos hacer lo posible para que el escritor de Sueca no siga siendo leído solamente por cuatro gatos.
El escritor Josep Palàcios.
La primera muerte del escritor valenciano Josep Palàcios fue un traspaso consciente, cuando —tras haber ganado premios como el València, el de la Crítica del País Valencià o el Serra d’or— el autor de Sueca decidió desaparecer del mapa y de la tontería literaria general para dedicarse a las escribir (¡y por encima de todo, a reescribir!) una de las obras más extraordinarias de la literatura catalana reciente. De Palàcios, en general, sólo hemos podido soltar cuatro vaguedades; que si era nuestro Pynchon, debido a su militante eremitismo, que si fue el único alumno reconocido de Joan Fuster, con quien tradujo algunas obras magnas de Camus, y que si estamos ante una de las obras más crípticas y especiales de nuestras letras. El autor ayudó a todo ello pues, como la naturaleza de Heráclito, se gustaba escondiéndose con una indisimulada coquetería, rehuía los géneros específicos para mezclarlos todos, y violentaba el diccionario hasta límites incomprensibles.
Muchos descubrimos la prosa palaciana gracias a algunos de los miembros de sus secta —como Antoni Martí Monterde, Jaime C. Pons Alorda, Xavier Aliaga y mi querido Ponç Puigdevall—, sobre todo a raíz de la publicación de los dos volúmenes de La Imatge (2013), recopilación reescrita de su obra anterior y uno de los textos fundamentales de nuestra historia literaria. ¿Qué nos cuenta Palàcios? Pues nunca acabamos de saberlo del todo. ¿Qué género utiliza para glosar su radical soledad y la compañía de sus escritores y músicos favoritos? Tampoco lo intuimos totalmente, porque los dominaba todos y los rehuía a la vez. ¿Cómo glosar, en definitiva, a un autor que rehúye la cárcel de la etiqueta? Pues leyéndolo y compartiéndolo, qué remedio nos queda: “Molts voldrien, patriòticament, que la meva pàtria fos la d’ells. Però, de fet, la meva “pàtria” és una altra de la qual jo soc l’exiliat, i deu existir, no perquè jo la “senti” com a pròpia, sinó perquè sento l’exili.”
Ahora que se acerca Sant Jordi, y todas las librerías viven rebosantes de novelitas de mierda dictadas por presentadores televisivos y escritores dominicales (que diría nuestra Mercè), recomendar a los lectores que se adentren en la prosa de La Imatge, un libro sobre el atardecer existencial y la oscuridad, podría parecer algo temerario. Pero yo tiendo a pensar que, de la misma forma que a los humanos nos gustan comer platos bien cocinados, deberíamos intentar hacer lo máximo para ingerir literatura de calidad… por mucho que nos exija esfuerzos. Así es el camino que trazó y que nos recomienda Palàcios; “Tu, surt al carrer. Comença a disparar cap a dalt. Transforma’t en una sargantana. Llança’t a habitar en les clavegueres. A la fi, després de negar entre totes les porqueries imaginable i d’alimentar-te’n, se t’obrirà al davant la mar.” Quien busque literatura agradable y complaciente, como podéis comprobar, que acuda a otros lugares. A quien le guste disfrutar sufriendo, que elija Palàcios.
Para leer a Palàcios necesitaréis recuperar el diccionario de nuestra lengua
A pesar de la magnífica labor de los responsables de las Publicacions de la Universitet de València, que han editado los últimos volúmenes palacianos con un cuidado extremo, diría que el escritor de Sueca necesitaría ediciones que puedan llegar a más librerías y en formatos más cómodos para el lector. Sólo así podremos obrar el milagro y alejar nuestra literatura de las historias y los pensamientos que sólo quieren ser agradables: “Jo no hauré aconseguit saber escriure si, en un moment o altre del meu discurs —deixo la tria al vostre gust, si continuem parlant de literatura—, no us he fet tancar els ulls d’aversió pel que hi haureu vist.” El trabajo de ampliar el radio de este autor no será fácil, empezando por el hecho de que ninguna institución gubernamental de los Països Catalans (ambas Generalidades y sus respectivos sectores culturales) anunció la muerte de Palàcios ni con un simple tuit, certificando así la condición iletrada de nuestra secta dirigente.
Hacedme caso. Ya sea para sobrevivir a la mandanga esta de Sant Jordi o para alegraros (a base de sufrir) la vida lectora, precipitaos a descubrir este inmenso autor. Fijaos si os ayudará, que para leerle necesitaréis recuperar el diccionario de nuestra lengua. Celebremos, pues, la segunda muerte de Josep Palàcios. Y recemos para que, gracias a la enfermiza necrofilia de este horripilante país nuestro, este traspaso corporal le regale una primera vida.
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