Susana Eva Martínez, fundadora y directora del Instituto de Ciencia y Teatro (Incite). © TheNBP
Fusionar teatro y ciencia. Este es el propósito con el que nace en 2013 el Instituto de Ciencia y Teatro (InCiTe), combinando dos disciplinas que, de entrada, parecen totalmente alejadas. Después de más de 25 años ejerciendo como investigadora y docente, Susana Eva Martínez, doctora en Bioquímica y Biología Molecular por la Universitat Autònoma de Barcelona (UAB), decidió emprender un giro de 360 grados en su trayectoria profesional y apostar por entrelazar sus dos pasiones, colgando la bata científica para subirse encima del escenario.
Desde entonces, ha creado más de una decena de espectáculos teatrales que abordan, desde una vertiente científica, enfermedades como el Alzheimer o el Parkinson, así como problemáticas como el envejecimiento o la gestión emocional, además de impartir formaciones y escenificaciones teatralizadas de casos médicos reales. Todo, con un claro objetivo: hacer más accesible y comprensible la ciencia a la sociedad, con el teatro como gran aliado. A partir de una subvención del Ministerio de Ciencia, Innovación y Universidades, el Instituto de Ciencia y Teatro prepara actualmente su última producción, creada conjuntamente con el Barcelona Supercomputing Center-Centro Nacional de Supercomputación (BSC-CNS), titulada Crema, Groenlàndia, y aborda la emergencia climática sin caer en el alarmismo. La obra se estrenará el 19 de junio en el Espai d’Arts Escèniques Casal de Alella, y se podrá ver en el Teatre Eòlia del 26 al 29 de junio, con la idea de iniciar una gira posterior.
— Pese a las aparentes diferencias entre la creación artística y la ciencia, estas disciplinas a menudo se encuentran y dialogan. ¿En qué sentido puede el arte convertirse en una aliado para los científicos?
— Es esencial que utilicemos cualquier recurso, y el arte es una técnica muy directa y efectiva, para hacer llegar los conocimientos científicos a la sociedad. Pensamos que la ciencia es una disciplina solo reservada para unos pocos científicos frikis, pero la ciencia nos rodea y afecta directamente. Por ejemplo, tenemos que tomar decisiones sobre enfermedades, tratamientos, fármacos o los permisos que se conceden a la inteligencia artificial. Sin el acceso a una información rigurosa en estos ámbitos, estamos perdidos. Es cierto que la ciencia tiene un lenguaje muy complejo para ser comprendido por unos individuos que, en general, disponen de pocos conocimientos.
— Del mismo modo que los ciudadanos tienen poca educación científica, los científicos tampoco disponen de conocimientos sobre cómo comunicarse o, incluso, cómo explicar una mala noticia a un paciente.
— Los médicos están formados para salvar vidas, no para acompañar enfermedades ni personas en el final de su vida. Los profesionales se tienen que enfrentar a situaciones como comunicar a un paciente que tiene una enfermedad grave, incluso mortal, sin disponer de los conocimientos sobre cuál es la mejor manera para hacerlo. Por todos estos motivos, es necesario que exista un puente que sea capaz de traducir y hacer comprensible el lenguaje científico, pero sin caer en inexactitudes.
— ¿Es el teatro el traductor más eficiente entre ciencia y sociedad?
— El teatro es terapéutico, y es un canal muy directo para llegar al corazón, apelando a las emociones de las personas, pero también a su cerebro. Las producciones teatrales, con base científica, pueden ayudar a los pacientes a reconocer y entender su enfermedad. Porque si no entiendes aquello que pasa, tampoco puedes comprender la importancia de su tratamiento. Y hay enfermedades silenciosas, que pueden matar si no se controlan. Mi padre era diabético y lo vi claramente: no se puede gestionar una enfermedad si no entiendes, por ejemplo, por qué suben los niveles de azúcar o cuál es el papel que juega la insulina.
“Es a través de apelar los sentimientos, siempre manteniendo el rigor científico, cuando conseguimos que los conceptos penetren en el cerebro”
— ¿Cómo puede ser que una obra de teatro ayude a entender una enfermedad que se sufre en el propio cuerpo?
— Después de un espectáculo, nos han venido pacientes que nos han confesado que era la primera vez que empatizaban con su enfermedad. No es hasta que no ven su caso encima del escenario que consiguen comprender aquello que les está sucediendo. Un paciente con Parkinson incluso llegó a afirmar que, después de asistir a la función, se alegraba de sufrir esta enfermedad porque, por primera vez, había entendido cómo actuaba y que había medicamentos que podían ayudarlo. Porque es a través de apelar los sentimientos, siempre manteniendo el rigor científico, cuando conseguimos que los conceptos penetren en el cerebro.
— De hecho, este es el propósito del teatro desde la Antigua Grecia, cuando los espectáculos buscaban llegar a la catarsis.
— Precisamente, buscamos aplicar este concepto de la catarsis griega a la ciencia. Está muy bien que el teatro sirva de entretenimiento, pero queremos ir más allá y trabajamos con una clara vocación de servicio a las personas y, en nuestro caso, a veces son enfermos y personas vulnerables.
— Es con esta vertiente pedagógica con la que fundaste el Instituto de Ciencia y Teatro hace doce años, después de 25 años de trayectoria científica y una plaza fija como docente. ¿Cómo decides hacer este cambio y subirte encima del escenario?
— Me costó mucho tomar la decisión, porque era consciente que era un salto al vacío. La carrera científica que estaba siguiendo era la meta que perseguía desde hacía décadas, e ¡incluso conseguí hacer un postdoctorado en Boston para hacer realidad mi sueño! Después de tanto de tiempo, había conseguido la estabilidad que deseaba, y emprender este camino suponía tirar por la borda todo el sacrificio y esfuerzo. Pero me gustaba mucho enseñar sobre ciencias de la salud y tenía el deseo de hacer llegar este conocimiento, más allá de a mis alumnos, y que consiguiese traspasar a la sociedad. El teatro, que me apasionaba desde pequeña, era el mejor aliado.
“Incluso diría que el mundo de las artes es mucho más competitivo que el científico, y mira que el ámbito científico es hipercompetitivo y estresante”
— Este cambio también suponía enfrentarse a la incertidumbre económica.
— Precisamente, lo más difícil fue gestionar esta incertidumbre. Yo era funcionaria, tenía una plaza fija, y ahora no sé qué podré ganar en los próximos meses. Al principio, intenté compaginar estas dos pasiones, estudiando teatro terapéutico mientras todavía ejercía como docente e investigadora científica. Pero pronto comprendí que eran dos disciplinas que exigían mucha energía y dedicación.
— Además, también son dos disciplinas muy competitivas, en las que hay que luchar constantemente para abrirse camino.
— Incluso diría que el mundo de las artes es mucho más competitivo que el científico, y mira que el mundo científico es hipercompetitivo y estresante. Pero en el mundo teatral tienes que intentar continuamente sobrevivir a la inestabilidad y a la precariedad. Con nuestras producciones, nunca hemos conseguido entrar en el circuito teatral, es un mundo muy cerrado. Nosotros siempre hemos trabajado por encargo, es decir, las catorce obras que hemos creado han estado siempre por la demanda de alguna entidad o asociación, y después hemos hecho gira nacional por centros cívicos, ateneos, ayuntamientos… Además, trabajamos en diferentes espacios de creación a través de residencias, y ahora ensayamos en el Espai d’Arts Escèniques Casal de Alella.
“Nuestras obras no son funciones que hablen de ciencia, sino que la ciencia está dentro de ellas”
— ¿Qué temáticas habéis abordado en estas obras?
— La primera abordaba la diabetes, con la Fundación Rossend Carrasco y Formiguera, pero también hemos tratado el Alzheimer o el Parkinson, así como otros temas más genéricos como el envejecimiento, en colaboración con el Ayuntamiento de Barcelona, o la gestión de las emociones. Por este motivo, la mayoría de nuestros espectáculos van enfocados a profesionales de la salud, pero también a pacientes y acompañantes, e incluso hemos hecho algunos dirigidos a estudiantes o escuelas.
— ¿Cómo se introducen términos científicos en espectáculos teatrales?
— A veces, el arte, para querer hacer los conceptos más entendedores, cae en errores o afirma datos que son incorrectos o inexactos. Nuestras obras no son funciones que hablen de ciencia, sino que la ciencia está dentro de ellas. Por lo tanto, requiere un extenso proceso de documentación y preparación, discerniendo los artículos verdaderos, y después filtramos la información para que sea amena y comprensible, a través de metáforas dramáticas, testigos personales o recursos teatrales. Hay muy pocos ejemplos de teatro científico como InCiTe, solo alguna otra institución en el norte de Europa o en Estados Unidos… Aquí, en cambio, tenemos científicos que hacen teatro o espectáculos que hablan de ciencia pero de una forma poética o artística.
“Las corrientes pseudocientíficas, como el movimiento antivacunas, se aprovechan de la falta de información”
— Un proceso de investigación propio del ámbito científico.
— La investigación es la misma que la de un artículo científico, para explicar todas las vertientes de la enfermedad: las causas, los fármacos, las consecuencias… Por ejemplo, en el caso del Alzheimer, no podemos esconder la verdad: es una enfermedad degenerativa, que irá a peor y el paciente morirá, pero se tiene que explicar hacer con respeto y exactitud. Al final, es como asistir a una clase magistral de ciencias de la salud, pero a través de testigos y recursos teatrales.
— Además de espectáculos teatrales, también impartís formaciones y organizáis casos teatralizados.
— Las escenificaciones de casos es otra vertiente importante de nuestra tarea, porque sirve para que pacientes y médicos vean sobre escena aquello que hacen y tienen que corregir. Por ejemplo, sobre el escenario queda retratado el diabético que se muestra reticente a seguir cierta dieta o el médico que contesta un mensaje mientras habla con el paciente. Además, cuando acabamos la obra siempre abrimos un espacio de debate y preguntas, con profesionales formados capaces de contestar sobre el escenario.
— ¿Cuál es la reacción del público después de asistir a una de las obras?
— Primero, se crea un silencio generalizado, que indica como la gente procesa los conceptos vistos sobre el escenario. De golpe, se generan una gran cantidad de preguntas. Y este es el objetivo: transmitir conocimientos para generar conciencia y despertar el pensamiento crítico. Las corrientes pseudocientíficas, como el movimiento antivacunas, se aprovechan de la falta de información pero también del exceso de noticias negativas y la sobresaturación. Por ejemplo, a pesar de que el cambio climático es un concepto del cual se habla constantemente, la mitad de la población no comprende su origen o causa.
— Crema, Groenlàndia quiere combatir precisamente esta falta de información sobre el cambio climático.
— Llevamos desde el 2024, con la colaboración del BSC, investigando y creando una obra teatral que, sin caer en el catastrofismo ni el dramatismo excesivo, consiga transmitir la idea que nos encontramos ante una situación muy grave, pero todavía tenemos margen de acción y mejora.
— ¿Qué acciones podemos emprender para combatir el cambio climático?
— No buscamos que el espectáculo genere miedo o culpabilizar a los individuos, pero sí que se despierte el pensamiento crítico. Así, podremos reflexionar sobre las acciones a emprender que incluyen, por ejemplo, hacer una reflexión sobre qué políticos queremos que nos gobiernen en estos temas. El teatro tiene esta capacidad de movilizar y despertar conciencia. El pensamiento crítico es indispensable, por ejemplo, para, si nos detectan un cáncer, decidir si optaremos por la quimioterapia o por una terapia alternativa.
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