El barrio de Poblenou en Barcelona es sinónimo de tecnología, innovación y nuevas empresas. Empresas jóvenes, salvajes, a las que gusta cuestionar los límites y trastocar las normas. En un soleado día de diciembre, nuestra autora se propone descubrir, muy subjetivamente, el ambiente del vecindario.
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l principio, fue como un susurro. Luego se distinguió de la conversación exaltada o extenuada en español y catalán que se encuentra normalmente en el metro de Barcelona, mezclándose con el ruido de los trenes, los motores chirriantes y el cierre de las puertas. Unos minutos antes de llegar a uno de los barrios supuestamente más famosos de Barcelona, su rostro ya se mostraba cuando dos mujeres de unos veinte años se sentaron frente a mí en el tren.
Poblenou pasó de ser un antiguo centro industrial a una obra maestra de la escena startup en Barcelona. Como parte de la renovación de la ciudad en ocasión de los Juegos Olímpicos de 1992, el distrito, que solía albergar almacenes y fábricas industriales y era apodado el Manchester catalán, comenzó a cambiar su aspecto.
Era una soleada mañana de diciembre cuando llegué Poblenou, un barrio encajonado entre la concurrida Avenida Diagonal y la playa del Bogatell. El área, con sus aproximadamente 33.000 habitantes, forma parte del distrito de Sant Martí y pasó de ser un antiguo centro industrial a una obra maestra de la escena startup en Barcelona. Como parte de la renovación de la ciudad en ocasión de los Juegos Olímpicos de 1992, el distrito, que solía albergar almacenes y fábricas industriales y era apodado el Manchester catalán, comenzó a cambiar su aspecto.
En el año 2000, el gobierno de Barcelona aprobó el plan que hoy se conoce como 22@, un proyecto para aumentar el valor y reformar la zona, construir casas y espacios de oficinas. El objetivo era “convertir Poblenou en una importante plataforma científica, tecnológica y cultural”, atrayendo a empresas internacionales y locales para que se establecieran en el vecindario.
De vez en cuando, me cruzo con un grupo de trabajadores, que parecen estar hablando en inglés, alemán, francés y, ocasionalmente, español.
Caminando a pleno sol por las tranquilas calles del vecindario, casi veinte años después, paso por delante de muchas oficinas. Hoy en día, el área es famosa por acoger startups como el servicio de mensajería Glovo, espacios de co-working como el unicornio internacional Wework o el competidor local Valkiria, así como centros de investigación y desarrollo, u oficinas de empresas allí establecidas como Vodafone o Amazon.
Casi no hay gente en las calles, sin embargo, los sonidos de taladrado y martilleo de la construcción cortan la extraña quietud de un área que podría considerarse bastante concurrida. Pero esto puede cambiar por la tarde o la noche. De vez en cuando, me cruzo con un grupo de trabajadores, que parecen estar hablando en inglés, alemán, francés y, ocasionalmente, español.
“Barcelona me recuerda a la San Francisco joven”, dice la empresaria, que creció en el área de la Bahía en California. Pero la ciudad debe tener cuidado de cómo continúa desarrollándose y necesita “tener presentes a todos los miembros de la comunidad que no pertenecen al ámbito de la tecnología”.
La dimensión internacional del barrio es algo que, a Eloi Alcaide, Director de Marketing de Codeworks, le gusta especialmente. Codeworks es una academia que enseña a los estudiantes a codificar en bootcamps [cursos intensivos que permiten la especialización en tecnologías punteras], y ha estado en el área desde su inicio en septiembre de 2016. “La escena definitivamente está creciendo y el vecindario está cambiando”, dice Alcaide, refiriéndose a las obras de construcción en el área y a la transformando de edificios. Según él, hay mucha colaboración entre las diferentes empresas del barrio, por ejemplo, reuniones o proyectos compartidos. “¡Crea un gran ambiente y puedes sentir el escenario tech!”, insiste. Si bien le da la bienvenida al hecho de que hay muchos expatriados que viven en el vecindario, también se muestra cauteloso: “El ambiente internacional es increíble, siempre que no disuada a los locales”.
Entro en Spaces, un rincón diferente de Poblenou, al otro lado de la calle de uno de esos lugares de construcción y al lado de un gran edificio de cristal que alberga la empresa tecnológica española Zemsania. Con su sede en Ámsterdam, Spaces alquila oficinas o escritorios en sus espacios de co-working a empresas como Ticketmaster o a emprendedores en solitario.
Aquí es donde me he citado con Katrina Walker, una estadounidense que recientemente comenzó su propia empresa en Barcelona. Ella eligió vivir y trabajar en Poblenou debido a su creatividad y al ambiente innovador. “Barcelona me recuerda a la San Francisco joven”, dice la empresaria, que creció en el área de la Bahía en California. Pero la ciudad debe tener cuidado de cómo continúa desarrollándose y necesita “tener presentes a todos los miembros de la comunidad que no pertenecen al ámbito de la tecnología”, agrega la estadounidense, refiriéndose al hecho de que el aumento y la popularidad de Sillicon Valley a lo largo de los años hizo que la ciudad sufriera una dramática escasez de viviendas y el aumento de la desigualdad.
Quizá un pensamiento similar ha provocado que el gobierno regional esté revisando actualmente el proyecto 22@ en Poblenou. Según informes de medios locales como El País, la alcaldesa Ada Colau está considerando crear más viviendas y concentrarse menos en los espacios de oficinas en algunas partes del área del proyecto, que en este caso se encuentra al norte de avenida Diagonal.
Hoy no camino hacia el otro lado de la carretera que atraviesa el distrito. Manteniéndome junto al mar, tal vez en otra época salvaje, paso por las tan discutidas oficinas, escondidas en espacios tipo loft que parecen haber sido fábricas en una vida anterior. Frente a mecánicos de automóviles y antiguas casas de dos o tres pisos cuyas plantas bajas están ocupadas por uno de los muchos restaurantes o tiendas que venden pinturas o ropa artística, veo a personas empujando carros de compras llenos de trozos de madera, basura y chatarra. Empujan más allá de los edificios de cristal, altos y brillantes, y pasan por delante de fachadas desmoronadas, decoradas con grafiti y otras obras de arte que en ocasiones son lúcidas, mientras que otras veces son simplemente coloridas. Bienvenidos a Poblenou.
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