El músico Vicente Maciá.
“Tengo el síndrome del hijo no deseado y eso marca de una forma muy especial mi relación con la música y con la vida”, razona Vicente Maciá, ante un humeante café con leche de media mañana. De fondo, Song for insane times de su adorado Kevin Ayers acompasa la calma del Bar. Sorbe un trago, sonríe con una mezcla entre pícaro, triste y tímido. La sonrisa de alguien muy introvertido. “La música es el amigo que nunca me ha fallado. Y, a diferencia de otras disciplinas a las que me he podido aproximar en un momento u otro, es lo único que no he ido dejando y que siempre ha estado ahí”.
La dilatada trayectoria musical del parroquiano es, en este sentido, una lucha constante para superar miedos e inseguridades, que se traduce en una forma de trabajar exquisitamente artesanal, con una absoluta atención al detalle. “Cada canción crea una atmósfera y es, en sí misma, como una función de teatro: con sus personajes, sus decorados, su trama. Siempre escribo primero la melodía y luego dejo que ésta me lleve a escribir la letra, pero todo debe encajar, fluir, ser poético y no perder la musicalidad”.
Arrancó en 1997 al frente de The Carrots, banda de pop y folk psicodélico que duró siete años en los que desgranaron tres álbumes, recordados con un cariño especial por la parroquia aficionada a sonidos a caballo entre los 60 y los 70 facturados entre Canterbury y la Costa Oeste. Un amor que se ve recompensado con la celebración de algunos conciertos de reunión. Tras su paso por Zaragoza este fin de semana, el 29 de marzo el grupo actuará en uno de sus hábitats naturales, La Capsa del Prat de Llobregat, y el 5 de abril en la sala Upload, en el contexto del Barcelona Psych Fest. En ambos casos, se prevé llenazo absoluto.
“Y, aun así —tercia el guitarrista, cantante y compositor—, soy el único de aquella quinta de músicos que no vive de esto”. Sorbe un trago de café. “Pero eso me ha salvado de tener que entrar en una industria que me da vértigo y que me exigiría concesiones que no estoy dispuesto a hacer”, matiza quien trabaja cada canción honestamente, como un reto personal, intransferible, que mana de su alma: de su forma de ver y vivir la vida. “Estamos solos, pero estamos rodeados de muchas cosas bellas, de muchos estímulos artísticos, y yo estoy contento de poder vivir en esta burbuja llena de discos, arte, libros…”, observa.
Pigmy, solo ante el peligro
Tras la separación de los Carrots, Vicente arrancó en 2006 su andadura en solitario bajo el nombre de Pigmy. “Para mí no fue un cambio de coordenadas, realmente. La trayectoria como Pigmy es una continuación de lo que ya venía haciendo con Carrots, pero totalmente centrada en el folk y en lo que me gusta”. Influencias como ese A saucerful of secrets de los Pink Floyd, “que es un disco al que sigo recurriendo tantos años después, con ese rollo onírico, de larga digestión en la playa después de comerte una buena paella”, ríe.
Pero, a pesar de referentes que a veces pueden parecer hasta obvios, Vicente Maciá se siente cómodo en una indefinición en la que no se le etiqueta, en la que no se le tenga que ubicar de forma categórica en un estilo o bajo un epígrafe. “Es la música la que tiene que hablar por el artista, la que te tiene que llevar a conocerlo en su profundidad y complejidad”.
Este proceso requiere su tiempo, y en estas dos décadas, hasta la fecha, ha alumbrado tres álbumes. “Creativamente, para mí el hito fue terminar el segundo, Hamsterdam, que se me juntó con un momento muy difícil para mí a nivel vital. Y, pese a todas aquellas dificultades, todo salió perfecto, redondo. Para mí, es un disco mágico”.
— Y ahora acabas de sacar Soy, primer tema de adelanto de tu próximo álbum.
El parroquiano afirma. “Sí, el título provisional es Menta, grosella y anís y verá la luz a finales de año. A esto, seguirá un EP de canciones que he grabado en griego, que es un idioma que me encanta y con el que conecto mucho”. Se toma un par de segundos, antes de rematar: “¡De hecho, vivir en Grecia es uno de mis objetivos vitales!”.
Ciudad de luz mediterránea
Pese a su pérdida de identidad, ese fenómeno global que homogeniza ciudades matando su sustrato de barrios y comercios, el del músico por Barcelona es un amor incondicional. “No voy a dejar de quererla, por mucho que vaya perdiéndose su carácter”, afirma.
Enamorado de aquel momento de su niñez en que se subió por primera vez a las Golondrinas del puerto, “fue cuando tomé consciencia real de que tenemos el mar al lado”. Aquel día, navegando, se dejó acariciar por la luz mediterránea de Barcelona, uno de los aspectos que apuntalan ese cariño incondicional por su ciudad.
— Otro aspecto que te la va a hacer amar todavía más es nuestra oferta gastronómica, por si quieres comer algo después del café con leche. Tenemos menú, carta, bocatas…
La hora de comer ha llegado. Town feeling de Kevin Ayers suena. Vicente Maciá sonríe, se siente a gusto, y toma la palabra para advertir: “Yo soy de menú, pero ojo, menú con postre. Soy muy exigente con los postres”.
— Repostería casera todos ellos, duda cabe.
Y el músico asiente, pensando en ese primero y segundo como prolegómenos a un dulce que no piensa perdonar.
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