Esther Vilar
Esther Vilar, en su casa en el barrio de la Sagrada Família. © Carme Escales
CARAS DESCONOCIDAS

Las 102 primaveras de Esther Vilar

Desde el barrio de la Sagrada Família, esta barcelonesa ha ido haciendo puntas de ganchillo que lucen en manteles de altares en catedrales e iglesias de Barcelona y de Roma

Desde la butaca del comedor de su casa, en el barrio de la Sagrada Família, las manos de Esther Vilar van acompañando el ganchillo que guía el hilo de algodón. De punto en punto, va dibujando una puntilla que un día u otro lucirá a los pies de un mantel sobre la mesa de un altar. Así fue como tres de las puntillas de ganchillo hechas por esta vecina de Barcelona llegaron a la basílica de Santa Maria la Maggiore, en Roma, la iglesia preferida por el papa Francisco para ir a rezar a solas.

Cuando Esther empieza una puntilla nueva, no siempre tiene claro para donde la hace, porque hacer ganchillo, para ella, es una actividad que, básicamente, le va muy bien para trabajar la movilidad de los dedos. Empezó a hacerlo a los 87 años, cuando se rompió la muñeca y ya no pudo hacer más punto de media, que era lo que siempre había hecho. Entonces, una amiga le llevó un patrón para hacer la puntilla de un mantel, con ganchillo, y se aficionó a ello. “No sé cuántos metros y metros debo haber llegado a hacer, no los he contado”, dice. “He llegado a pensar que es la mano del Señor la que las hace, porque me salen tan bien…”.

Las primeras que hizo fueron para su parroquia, la del Esperit Sant, en Travessera de Gràcia, que era donde Esther iba a misa los domingos, hasta que, muy a pesar suyo, la derribaron. Para la Catedral de Barcelona, ha hecho una docena de puntillas, también ha hecho para la basílica de la Sagrada Família, para la iglesia de Santa Maria de Mar y para el Vaticano. San Juan de Letrán, la Catedral de Roma, que es la basílica más antigua de la ciudad, también tiene puntillas de esta catalana, que guarda como un tesoro un rosario, dos cartas y un tarjetón que recibió del Vaticano, donde el Papa le agradecía las diferentes puntillas enviadas a las iglesias romanas. Ella, con las puntillas, también había enviado una carta para el pontífice.

Con todas las que ha llegado a acabar, ha hecho correr mucho las agujas del reloj. “El tiempo pasa a una velocidad tremenda”, sostiene. “Yo creía que, al jubilarme, el tiempo pasaría más despacio, ¡y que va! El tiempo vuela”.

Tanto es así, que el próximo mes de agosto, concretamente el día 21, hará 103 años que Esther Vilar llegó a este mundo. Cada vez es y será más frecuente normalizar una buena conversación con alguien que, como ella, va dejando atrás los cien años. “A mí, psicológicamente, los cien no me han cambiado, sí que noto que estoy más limitada de fuerzas y, ahora que ya tengo 102, noto que fallo en nombres, a menudo digo: ¿Cómo se dice esto? Leo, pero no retengo todo el que leo como lo hacía antes”.

Los martes por la mañana va a clase de memoria a un casal y vuelve a casa con ejercicios para hacer: “Hoy, ¿Sabes quién ha sido la primera en encontrar todas las palabras? Yo”

Le gusta mucho contar la edad que tiene. “Me hace gracia decirla porque todo el mundo me dice: ¿Qué?”. Vive en su casa con sus hijos y todavía cocina. “Friego los platos cada día y, mientras pueda, lo seguiré haciendo”, dice. Los martes por la mañana va a clase de memoria a un casal y vuelve a casa con ejercicios para hacer. “Hoy, ¿Sabes quién ha sido la primera en encontrar todas las palabras? Yo”. La más mayor y, pese a los lapsus de memoria que dice que ya empieza a percibir, conserva una lucidez y claridad envidiables a la hora de expresarse. Se explica muy bien, y siempre lo hace con una buena sonrisa y los ojos muy atentos a todo. Su optimismo, con una gran base de fe —todo sea dicho—, han sido, y siguen siendo, los más fuertes cimentos de su vida.

Cuando no hace ganchillo, busca coherencias en los cuadros de sudoku o palabras en las sopas de letras. “Me he propuesto cada día hacer unas páginas, y esta tarde todavía no las he hecho. Y los sudokus, si son del segundo nivel, aún llego”, comenta. También mira la televisión, le gustan los canales deportivos y sigue sus seriales predilectos, uno de ellos, La Promesa (TVE). Dice que los actores que salen “trabajan muy bien”.

Esther Vilar sopa de letras
Esther resolviendo una sopa de letras. © Carme Escales

Con la atención en Roma

El último mes, en la radio y en la televisión, y en la revista Catalunya Cristiana, de la cual es subscriptora, ha ido informándose con mucho interés sobre el estado de salud del Papa Francisco. “Cuando me meto en la cama, siempre rezo el rosario, y lo puedo hacer con toda la letanía cada noche. Estas últimas semanas, mis rosarios han sido para el Papa”, comenta.

Oraciones con misión en la capital italiana, que es la ciudad donde conoció a Antonio, el hombre con quien el próximo 1 de mayo hará 72 años que se casó. “Me apunté a una romería en Roma que salía de aquí del barrio. Y tenía que venir un hermano de él, pero no pudo y, a última hora, se apuntó él. Nos conocimos la vigilia de San Pedro y el 1 de mayo del año siguiente —1953— nos casábamos. A los nueve meses, tuvimos el primer hijo”, rememora. Tuvieron tres y, poco después, quedó viuda. Ese fue uno de los episodios más difíciles para Esther. Veló a su marido en el hospital, noche y día, durante cuatro meses. “Pasé los cuatro meses sentada en una silla, en aquella habitación de hospital en medio de dos enfermos. Cuatro meses sin meterme en la cama. Me alimentaba de cafés dobles, cruasanes y patatas fritas. Me quedé con 47 kilos. No quería marcharme a casa, porque no quería que se muriera cuando yo no estuviera”.

Y con tres hijos por criar, montó una consulta de esteticista en casa. Era la mejor manera de conciliar. Recuerda especialmente una tarde que tenía toda llena de visitas, y empezó a recibir anulaciones. “Esto no me lo hagas, Señor, dije. Tengo que cuidar de cinco personas. Y, para no enfadarme, salí de casa. Llevaba veinticinco pesetas y fui a coger el autobús para ir a casa de mi prima y desahogarme, pero entonces vi a un cieguito que vendía números de la ONCE. Llevaba una chaqueta con tantas manchas, que pensé, pobre, si vieras, no llevarías esta chaqueta. Y le compré un número. Compré dos iguales porque era capicúa y pensé: si toca, uno lo daré a la caridad”.

Al día siguiente, la gran sorpresa. Su capicúa salió premiado con 6.250 pesetas. “Crees que aquello fue una casualidad? Yo no lo creo”, afirma contundentemente. Y, dicho y hecho, uno de los dos premios lo repartió con Unicef y otras personas.

Esther Vilar perfil
Esther, en una fotografía tomada hace unos cuantos veranos. © Carme Escales

Tecnológicamente en el día

Esther siempre tiene el teléfono móvil a mano. Mantiene muy activa la comunicación con los amigos y la familia por Whatsaap. “Puedo leer la misa que me envían cada día, y yo la reenvío a cuatro personas más. Ahora que estamos en Semana Santa, los mensajes son más seguidos. Por eso el móvil es algo muy importante para mí. Y ya ves, vale setenta euros, pero son setenta euros que me están dando mucha alegría, ya desde antes de cumplir los cien años”, dice. “Con este bicho tan pequeño, pude seguir en directo la misa desde Santa Maria la Maggiore de Roma porque la nieta de un hermano, que vive allí y es quien tomó las medidas del altar para poder hacer aquel mantel, me hizo una videollamada en el momento de la celebración, y pude escuchar cómo una monja me nombraba: Esther, una signora lontana… que había hecho las puntillas de ganchillo para su iglesia. Fue muy emocionante”.

Esther Vilar
Esther, con la carta recibida del Vaticano. © Carme Escales

Con la tecnología, Esther ya se había entrenado hace tiempo. “Esto viene de cuando mi hija y mi yerno decidieron —en 2006— comprarse un velero y navegar por todo el mundo. Viajaron seis años y medio. Antes de irse, mi hija me dijo: Si no aprendes a utilizar el ordenador, no tendremos comunicación. Y fui al esplai a aprender informática, forzosamente, las cosas más básicas, para poder tener contacto, que es lo importante”, afirma. Y, de ello, está bien convencida: “Creo que lo importante en la vida es el contacto con las personas, expresar y comprender. El contacto humano es lo más interesante, los pequeños detalles, como darse los buenos días, tienen mucho valor”.

Y es eso lo que ella mejor guarda en la memoria: las vivencias con la gente. “Hoy he hecho limpieza de papeles y he encontrado tantos escritos que me han enviado. Los he clasificado y los volveré a leer para volver a vivir aquello que había vivido, y me hará ilusión”.

Tiene la sensación de que hablar del año que viene es mucho hablar: “Ahora es el día a día, máximo, el día de mañana, sí, y dar gracias por cada nuevo día”

El espíritu optimista de esta mujer salta a la vista. En gran parte está hecho de agradecimiento, a los médicos que la visitan en el Hospital de Sant Pau, a los amigos y amigas que le envían mensajes y la llaman, y a sus hijos que la cuidan, en Barcelona y en el Pallars Jussà, donde pasa los meses de más calor. “Allí siento el gozo de estar al paraíso. El pueblecito de Mont-ros (municipio de La Torre de Capdella) es algo maravilloso, las flores, la nieve —me han enviado fotos—, los huevos de las gallinas, la estufa de leña, el romero y los cambios de sol… Además de bosque, tenemos flores por todas partes, por eso yo lo considero el paraíso”.

El día de Sant Josep, ella todavía preparó la crema, aunque pensó que seguramente era la última vez que la hacía. Porque tiene la sensación de que hablar del año que viene “es mucho hablar. Ahora es el día a día, máximo, el día de mañana, sí, y dar gracias por cada nuevo día”, expresa. Todavía no quiere silla de ruedas, con un bastón para ayudarse, le basta y, eso sí, cuando sale a la calle, lo hace con su hijo. También le gusta explicar que una vez un médico le dijo: “¡Quiere hacer el favor de decir ‘ay!’, porque no me quejo nunca. Y mira que he tenido dolores fuertes de estómago, y una vez tuve la vesícula llena de piedras, y estuve entre la vida y la muerte. Pero cuando venía el dolor, cogía el rosario y rezaba. Yo ya sé que me tengo que morir. Ahora bien, ¿Cómo? Me gusta la vida, pero no para aferrarme a ella”.