Lucía Ferrater, socia de OAB, acaba de recibir el Premi Ciutat de Barcelona junto a Carlos Ferrater y Jesús Coll por el nuevo edificio de la lonja de pescadores del Port Vell. Un proyecto que, tras 14 años de desarrollo, no solo moderniza la infraestructura pesquera, sino que abre el puerto a la ciudad y redefine su relación con el espacio público.
En esta entrevista, cuenta cómo se gestó esta transformación y su visión sobre la arquitectura y la enseñanza.
— ¿Cómo han sido esos 14 años de duración del proyecto del nuevo edificio de la lonja?
— Los proyectos arquitectónicos se dilatan mucho en el tiempo: desde el encargo del cliente hasta la aprobación de las licencias, pasando por el desarrollo del anteproyecto, el proyecto básico y el ejecutivo —en el que entran a colaborar otros profesionales—. Después, durante la obra, los tiempos se pueden alargar por diferentes razones. Además, el Puerto de Barcelona pertenece a Puertos del Estado y, quizá, durante años no fue una prioridad, hasta que Barcelona ganó la sede de la Copa del América. El nuevo edificio se sitúa en el centro del Port Vell y, en ese momento, era el único edificio de obra nueva para ese gran evento de ciudad, ya que lo demás eran construcciones efímeras para las bases de las embarcaciones de los diferentes equipos. Lo más importante, en realidad, es que el edificio no es solo para la actividad de compraventa de pescado, sino que es un equipamiento que crea espacio público.
— ¿Qué actividades se realizan en la nueva lonja?
— Es un edificio que se desarrolla en tres bloques y en dos plantas de gran altura. Por una parte, en la planta baja es un edificio muy compacto en el que se desarrolla la subasta del pescado. Se organiza en dos salas diferentes con accesos separados que responden a las pescas del día: por la mañana llega el pescado azul, la pesca de cerco; por la tarde, llega el pescado blanco y el marisco, la pesca de arrastre. Por otra parte, la primera planta se hace permeable de este a oeste y una gran rampa accesible permite empezar un recorrido desde el exterior hasta entrar al edificio para visualizar la subasta. Desde allí, desde esta cota superior a unos 4,5 metros sobre el nivel del muelle, se puede observar el Port Vell al completo. En esta planta destinada al público se albergará, también, un restaurante, en proceso de licitación en este momento, con oferta de pescado de proximidad.

— ¿Qué elementos del lugar se tuvieron en cuenta para diseñar la nueva lonja?
— El edificio es voluminoso: 80 metros por 30 metros de lado, por 10 metros de altura, pero juega con una doble escala gracias a la pasarela que envuelve la rampa de acceso para dar un frente más doméstico y marítimo a la ciudad. La imagen del muelle ha cambiado íntegramente con la lonja en otra posición y el acceso abierto a toda la ciudadanía. Se creó un pasaje —que por ahora cuenta con mobiliario temporal, dispuesto por el puerto, porque debe desarrollarse un proyecto de reforma— que permite llegar hasta la antigua Torre del Reloj y desde donde empieza el recorrido accesible al público. Esta torre fue el primer faro de Barcelona, construido en 1772 y convertido en reloj en 1904. Además, cuando Ildefons Cerdà proyectó la trama del Eixample, partió de la torre para trazar las avenidas Meridiana y Paral·lel.

— ¿Cómo contribuyen los materiales constructivos a la imagen del edificio y del lugar?
— Pensamos en materiales locales, resistentes al paso del tiempo y del clima, y de fácil mantenimiento y limpieza. La estructura es una combinación de pilares de hormigón con losas prefabricadas. La fachada está compuesta por paneles de aluminio —un material durable y que no se oxida—, fundidos en un molde diseñado por nosotros, así que cada pieza tiene su propia personalidad. Se trata de un trabajo industrial, artesanal y de kilómetro cero —se hizo en una fundición en Sant Joan Despí, a nueve kilómetros del centro de Barcelona—. En el interior, el bloque de hormigón se deja visto, con una sencilla capa de pintura. En las cubiertas, además, se instalaron placas solares fotovoltaicas que dan energía suficiente para enfriar el edificio y para otras estructuras del mismo puerto.
— ¿Qué es OAB?
— Office of Architecture in Barcelona nace en 2006, a partir del estudio de arquitectura que ya tenía mi padre, Carlos Ferrater, desde 1971. Yo fui la primera en entrar como socia, luego Xavier Martí y, finalmente, Borja Ferrater. Le planteamos a mi padre colaborar con él desde dentro, con la misma intención de trabajar con una estructura reducida, por la excelencia y de manera crítica con todo y entre nosotros.

— ¿Y tu tiempo como profesora de arquitectura?
— Llevo unos 14 años siendo profesora. Actualmente, soy profesora de proyectos de vivienda en la ETSALS (La Salle) y he sido profesora en la ETSAB y en la UIC. Se trata de una labor que me satisface considerablemente. Transmitir el conocimiento y, al mismo tiempo, recibir impulsos e inquietudes de los alumnos me abre la mente de manera diferente, me ayuda a reflexionar, a ser más crítica y a ser capaz de llegar al concepto al explicar un proyecto.