Payasos en el hospital Vall d'Hebron
Payasos como Paco Lorente (segunda fila) visitan a niños y niñas ingresados en el Hospital Vall d'Hebron para ofrecerles unas horas de risas y entretenimiento.
CARAS DESCONOCIDAS

El payaso que hace origamis en el metro

Una nariz roja y un pedazo de papel le bastan a Paco Lorente para hacer especial una estancia en el hospital

En el corral de casa, en el pueblo de Teruel donde nació, Monreal del Campo, Paco Lorente había pasado muchas tardes haciendo volar aviones que construía doblando debidamente puntas y laterales de hojas de papel. Aquellos aviones no volaban demasiado lejos. La mayoría hacían su aterrizaje en el patio de la vecina, Amelia, que, cada vez que encontraba uno en el suelo, lo volvía a tirar en dirección al corral de Paco. Él, en realidad, se imaginaba elevándose en un avión como aquellos que hacía. Quería ser piloto. Pero lo que acabó pilotando fue la preparación para presentarse a las oposiciones de banca.

Con 18 años, entró a trabajar en una entidad bancaria, en la ciudad de Lleida. Empezaba, así, una carrera de 40 años en el mundo de la banca, que el segundo año ya lo trajo a Barcelona, donde continuó dedicándose, en varias entidades, a cuadrar cuentas. Estaba contento y satisfecho del trabajo que hacía, aunque reconoce que había llegado a ser muy estresante. Suerte tenía que, al salir del trabajo, y en cualquier otro momento, con un trocito de papel y con el arte de la papiroflexia, podía construir aviones.

Se jubiló con 58 y medio, pero ya un tiempo antes, en su cabeza daba vueltas a cosas que se podía imaginar haciendo para llenar tantas horas, una vez dejara de fichar. “Saldré a caminar, me apuntaré a talleres y a cursos…”, pensaba. Su cerebro había activado un radar para buscar, o atraer algo que, al cerrar su vida laboral, le pudiera llenar.

Paco Lorente Payaso
El payaso Paco Lorente. © TheNBP

Y en un viaje de trabajo a Valencia, cuando todavía trabajaba en el banco, el azar hizo que, en la estación de tren, una persona le entregara el folleto de una ONG, una asociación de personas que hacían de payasos de hospital. Se daban a conocer para recoger fondos. Y él, dice, “sin haber hecho nunca nada parecido antes, ni saberme ni un chiste”, sintió que aquel azar era un llamamiento para iniciar un nuevo camino. Al volver a Barcelona, empezó a buscar información para saber dónde podría formarse. Buscaba cursos en casales de barrio y centros cívicos, y encontró uno de iniciación en la actividad de payaso en L’Hospitalet de Llobregat, la ciudad donde vive.

¿Cómo se aprende a hacer de payaso? “Tienes que encontrar el payaso dentro de ti y ser tú mismo, tu ser verdadero, con introspección y sentimiento. Entonces, empiezan a salir cosas que ni tú te esperas, y haces cosas que no son lógicas, tan espontáneas como las que hacen las criaturas. Te tienes que vaciar desde la humildad y sentir la vulnerabilidad. Tienes que reír de ti mismo y no tener ningún problema ni miedo a equivocarte”. Y, por increíble que parezca, Paco se pone la nariz roja de payaso y, automáticamente, cambia el chip. Pone en práctica esa metamorfosis de limpieza de todo aquello que nos complica la existencia y nos alimenta el ego.

En busca de sonrisas en el hospital

Una vez iniciado en el arte de hacer reír con las dinámicas de payaso, Paco hizo un curso de payaso de hospital. Aquí la psicología adquiere un gran peso y, según explica él, en algunos países de Latinoamérica, la formación de payaso de hospital es, incluso, un grado universitario. Merche Ochoa, creadora del Rinclowncito y Premio Nacional de Circo en 2014, fue la profesora de Paco. En aquel curso, él descubrió que en el Hospital del Vall d’Hebron había una asociación de payasos y payasas que semanalmente visitan a pacientes hospitalizados.

Se llaman Papallassos, y son una quincena de hombres y mujeres que, altruistamente, todos los miércoles, jueves y sábados, entran en diferentes espacios del Hospital del Vall d’Hebron para regalar unas horas de sorpresa, risas y entretenimiento a niños y niñas, y a sus familiares, pero también a personas adultas que están ingresadas.

Origami hecho por Paco Lorente
Paco Lorente va elaborando origamis, en forma de corazón, mariposa o palomas, en el metro de camino al hospital. © TheNBP

Paco va los jueves por la mañana. Sube a la línea roja del metro en la parada de Avinguda Carrilet hasta Plaza de España y, desde allí, continúa con la verde hasta Montbau. Por el camino, va haciendo origamis que dan forma, y casi vida, a mariposas. Las hace volando, en un plis plas tiene una hecha, y cuando la regala, simula el aleteo de su creación. También hace corazones, que son prácticos puntos de libro, y palomas. Estos días, Paco se ha fijado que TMB ha iniciado una campaña para animar a la gente a leer un libro en vez de ir mirando el móvil durante los trayectos. Le gusta la idea. Pero, a quien se siente cerca de él en el mismo vagón, le será muy fácil dejar de prestar atención al móvil. La destreza con la cual Paco va haciendo cada uno de los pliegos del papel de flores —que viene de Japón—, dando forma a corazones, palomas o mariposas, deja ensimismado a cualquiera.

Cuando llega al hospital, con todos los origamis que ha ido haciendo por el camino en una bolsa, se viste con un pantalón de rayas, camisa de flores y pajarita, todo con el máximo de color posible. Encima, una bata blanca, pero siempre tuneada con florecitas, corazones y mariposas de colores, un sombrero donde también han aterrizado flores de color, unas grandes ojeras de pasta y su nariz roja de payaso, adentran a este hombre en ese interesante viaje en busca de su más limpia y naíf versión. Una búsqueda interior que es un imán de sonrisas y risas de pequeños y grandes.

Ya hace once años que Paco es uno más de estos payasos y payasas que, de dos en dos, entran en las habitaciones a pintar la vida de colores. “También vamos a la UCI, a urgencias, a traumatología y quemados, y al hospital de día”, puntualiza. Y de dentro de su bolso, va sacando origamis, una mini baraja de cartas para hacer algún truco que, si no sale bien, todavía provoca más risas, o un bote para hacer volar pompas de jabón. Cualquier tontería acaba siendo una fiesta que distrae durante aquel tiempo a pacientes y familiares, incluso, en las circunstancias más críticas.

Con sensibilidad, su presencia siempre es bienvenida, incluso, cuando la vida se va

“La primera vez, no sabía cómo lo pasaría. Soy de los que se marean si me sacan sangre. Sabía que podía ser más impactante por ser la primera vez”, recuerda. “Pero cuando ves cómo se emocionan, ellos y los padres u otros familiares, le encuentras todo el sentido a esto que hacemos”, dice. “A los bebés, les ponemos música, y los padres ven su reacción”, explica. “Antes de entrar en cualquier lugar, primero preguntamos a las enfermeras dónde podemos ir y dónde no”, puntualiza. Con sensibilidad, su presencia siempre es bienvenida, incluso, cuando la vida se va. “Recuerdo el día que fuimos a una habitación cuando llegó el final de la vida de un niño. Los padres nos quisieron a su lado. Hay momentos así en los cuales las emociones se tocan”, rememora.

De las reflexiones fruto de esta experiencia como payaso de hospital, Paco Lorente se lleva una: “Que muchos de los adultos que se quejan tanto por cualquier cosa, tendrían que pasarse de vez en cuando por ciertas plantas de hospital. Esto es suficiente para darte cuenta de la gran cantidad de tonterías a las que les damos tantas vueltas, y lo sencillo que es vivir de manera más normal”.

Paco Lorente también ensaya con la compañía teatral Fugireli Teatre.

Durante 2024, Papallassos hizo más de 390 visitas. Estuvieron 780 horas con pacientes y familiares intentando provocar sonrisas, diciendo cosas que nunca diría un médico ni una enfermera, retando a niños y niñas con adivinanzas y explicando chistes muy malos. Paco también acostumbra a sacar de su bolso una pequeña armónica con la que hace sonar algunas notas para encarrilar melodías y canciones.

Esa pelotita de goma roja, de unos cuatro centímetros, que se engancha en la nariz, también la lleva para subir al escenario con la compañía Fugireli Teatre, el grupo de actores y actrices que, en clave de payaso, ensaya todos los martes, en L’Hospitalet, sus obras para hacer tres representaciones al año.

Así es como va contando las semanas el hombre que hace origamis en el metro, uno de los pocos que no viaja con el teléfono móvil en la mano. En silencio y en el anonimato, el arte de la papiroflexia ha sido, en la vida de este payaso amateur, un hilo conductor, una presencia discreta, pero constante. Una compañía y una herramienta de socialización. Como el adolescente que busca el camino a seguir, él, viéndose aterrizar en la jubilación, también lo buscaba. Ahora, con 70 años acabados de estrenar, Lorente puede muy bien decir que un día, en una estación de tren de Valencia, lo encontró.