Cuando irrumpo en la plaza de Sarrià me sorprende enseguida el contraste entre sus finísimas costuras urbanísticas (nota mental para los nostálgicos noucentistes como yo; antes de la anexión del barrio a Barcelona en 1921, este lugar se llamó plaza Prat de la Riba) y una muchedumbre de cayetanos con uniforme de escuela pretendidamente internacional que castellanean con la azotea embadurnada de brillantina. Pronto topo con la visión majestuosamente nórdica de la Biblioteca Sarrià-JV Foix, obra de OP Team Arquitectes, una infraestructura que los conciudadanos del barrio reclamaban desde tiempos olímpicos y que ahora se alza vestida de algues, or i escata como un equipamiento del primer mundo. Servidora es una rata de biblioteca —concretamente, la del Ateneu Barcelonès— y diría que hay pocas cosas que me hagan más feliz que distraerme entre libros y asomarme en la rica antropología que incluyen estas cuevas del saber.
Desde su inauguración (precedida por la polémica sobre el nombre de la infraestructura, porque en este país nuestro no puede haber sarao o pirámide sin su consecuente bullanga… y resulta que el poeta más universal de Sarrià nació con un pene en la entrepierna, qué le vamos a hacer) la biblioteca Foix se ha reivindicado como uno de los primeros centros dedicados a la cultura digital, con su sala para ejercitarse en el gaming con gafas virtuales incluidas. La tentación de los nostálgicos de las bibliotecas amaderadas con océanos de volúmenes añejos podríamos caer en la temeridad de desestimar esta nueva visión moderna de las biblios, pero el vanguardista tecnólogo de turno tirará de Wikipedia y enseguida nos citará el versículo más célebre del propio poeta en cuestión: “M’exalta el nou i m’enamora el vell“. Por todo esto me dejé caer en el lugar, con la voluntad de no quedarme anclado en la nostalgia y el deseo fútil de viajar hacia el presente virtual.
Ciertamente, es difícil permanecer indiferente ante uno display de belleza objetual como el de la biblioteca Foix, rellena de unos sofás verdosos bien cuquis, ideales para echarse una siesta de pijama y orinal, y una serie de cubículos en forma de cápsula aislada, diría que mejor urdidos para iniciarse en el arte del sexo tántrico que para leer a Heidegger. No me cachondeo; de cara a la lectura, es esencial rodearse de objetos bellos y, si la disposición nos ayuda a llegar a la página, ¡endavant les atxes! Pero resulta sintomático que una biblioteca como la Foix parezca dedicar a los libros sólo un 30% de su espacio, que reserve a su protagonista y al movimiento de vanguardias un estante bien desangelado y, por último, que la presencia del catalán en la mayoría de volúmenes sea alarmantemente minoritaria. Si ésta es la visión de los libros, de la lectura y —a su vez— de la lengua catalana que nos están ofreciendo nuestras autoridades, que la providencia nos ayude.
En cuanto al catalán, mis espías me cuentan que no existe un tanto por ciento establecido de adquisición de volúmenes en nuestra lengua para los equipamientos públicos; las bibliotecarias del país intentan adecuar la oferta a la demanda, lo que (debido a la escasedad de fondo de muchos géneros en catalán) acaba provocando que el 60% de los textos a disponer sean en español. Todo esto es comprensible, pero el lector entenderá que tener la lengua minorizada dentro de una biblioteca que tiene por nombre a uno de nuestros mejores poetas es una patada en los picarols del alma difícil de asumir. Esto resulta especialmente doloroso en secciones como la infantil, en la que Catalunya vive un momento auténticamente esplendoroso de libros ilustrados en catalán que no veo traducido en las salas de los peques, donde las nannies sudamericanas recitan cuentos a los niños a la espera de aquellas madres que hacen largas jornadas laborales y votan a Sílvia Orriols.
Para consolarme de esta bofetada diglósica y del panorama general de esta biblioteca sin libros, realizo un último gesto nostálgico y me dirijo a la sección de filosofía. Ésta no es mi tarde de suerte; mi disciplina, con más de dos milenios de alegre existencia, conforma un par de estantes raquíticos de pocos volúmenes (¡insisto, algunos en español, cuando tienen traducción catalana disponible!), justo al lado de temáticas tan apasionantes como “Ocultismo. Fenómenos paranormales” y “Psicología. Emociones”. Lo de equiparar a Platón a Cuarto Milenio ya me ha dejado del todo aturdido. Para afrontar situaciones desesperadas se necesitan medidas urgentes, y es así como abandono este nuevo templo de la modernidad rezando a San Benito de Nursia para que el préstamo interbibliotecario acerque los libros a todos los usuarios barceloneses que los busquen y también para que, entre la selva del diseño, alguien acabe chocando con la gracia de un texto.
Esto sólo puede curarlo el sórdido azúcar de la catalanidad. Cruzando la plaza, me precipito hacia Can Foix y pido tres buñuelos y un café. Me estoy haciendo viejo, debo admitirlo.