El último título de Marta Orriols (Sabadell, 1975) se le ocurrió saliendo del Museo Nacional de Arte de Catalunya (MNAC) en un día de mucho bochorno. Después de pasar horas envuelta por el aire acondicionado y rodeada de cuadros, un fuego en Montjuïc le hizo chocar de lleno con la realidad. “Este contraste es el que encendió la chispa de escribir la novela. Pensé, ostras, dentro, estamos conservando unas obras que son de hace muchos y muchos años, y posiblemente nos sobrevivirán porque las estamos cuidando como si fuera lo más preciado que tenemos, y, fuera, el mundo se derrumba”, explica la escritora.
Orriols no hacía mucho había publicado Ese lugar al que llamamos casa (Destino) y aún no se había puesto a pensar en la próxima novela, pero ya había encontrado un hilo. De aquel contraste original, la autora vio claro que la protagonista, Joana, tenía que encargarse de cuidar las obras del MNAC, de restaurarlas, pero sin que nadie la cuidara a ella. “Tenía ganas de hablar de un personaje femenino a punto de cumplir los 50, porque es importante que las mujeres se vayan narrando, que ya se hace desde hace muchos años, pero también abarcar a todo tipos de mujeres, y también a mujeres normales como Joana, que llevan su día a día como pueden. Ella disfruta de bastantes privilegios, pero tiene poca autonomía para ejercerlos”, indica.
“A partir de aquí, ya vino todo sobre la marcha”, señala. Esta es su parte favorita del proceso de escritura, cuando arranca sin saber hacia dónde irá y se fija en el personaje principal, incluso, se enamora. “Hago un clic que no sé cómo describir con palabras y empiezo a ver a la protagonista, sé con qué la puedo rodear, qué le puede pasar, qué le puede hacer tambalearse y qué le puede hacer sentir segura. Entonces, voy poniendo elementos a su alrededor”, añade. Uno de ellos fue el personaje masculino de quien se enamora Joana, inspirado en un músico catalán que vive en Bangkok que le sale en Instagram a menudo a Orriols. “Esto no me acostumbra a pasar, pero aquí fue así. Escribo de una manera, no caótica, pero sí muy orgánica, y voy tirando”, razona.
Después ya llega la crisis porque ella no es de apostar por argumentos muy fuertes ni porque pasen muchas cosas, pero sí por ir recuperando los temas que le obsesionan como la familia y las relaciones. “Me siento muy cómoda narrando el aspecto más íntimo y las emociones, y después me cuesta mucho buscar la acción necesaria para que avance la novela. Tengo que parar y dejar reposar el texto porque empiezo a pensar dónde me he metido y cómo salgo de aquí. El final no lo sé nunca”, reconoce.
Hacía falta un protagonista masculino, Mateu, porque Orriols quería escribir esta vez una historia de amor. “Es un sentimiento que está tan en entredicho, pero aún prevalece mucho la promesa del amor. Cuando me puse, acabó saliendo una historia llena de miedos”, avanza. Como el título siempre lo pone al final, acabó siendo Al otro lado del miedo (Destino). “En esta novela hay un sentimiento que pesa bastante y es la soledad. Es muy propio de estos tiempos que corren ahora: hoy en día, narrar el amor es hablar también un poco de la soledad”, remarca. Sobre cómo los miedos colectivos, en una época de más guerras e incertidumbre global, también influyen en las decisiones personales. Aparecen la guerra de Gaza y Greta Thunberg, así como episodios más cercanos, como aquel cadáver que se encontró en un contenedor del Esquerra de l’Eixample, teniendo en cuenta que a ella “el miedo le da miedo” y evita la obsesión por el true crime que tanto se ha extendido.
La Barcelona cotidiana está muy presente en la novela de Orriols, en escenas muy vívidas, como bajar las escaleras del MNAC —si funcionan, todavía más doloroso cuando el viaje es de subida— o salir del Teatro Nacional del Catalunya (TNC) después de ver una obra. Yendo al trabajo en autobús o constatando que las luces de Navidad se han encendido demasiado pronto, la ciudad hace más fácil entender la historia, más próxima y accesible. Esto lleva a unos personajes, especialmente la protagonista, de carne y hueso, sin la necesidad de recurrir a grandes trucos narrativos.

Como le acostumbra a pasar, la escritora queda fascinada por determinadas profesiones. Si en Ese lugar al que llamamos casa todo giraba alrededor de la vida de una corresponsal, que se parecía mucho a la periodista Txell Feixas, ahora el foco se ha puesto en una restauradora de arte. Esta vez ha contado con la ayuda de la jefa del área de Restauración y Conservación Preventiva del MNAC, Carme Ramells, capaz de explicar con facilidad cómo se restaura un cuadro de Zurbarán y se elimina una capa de color negro añadida a posteriori porque lleva demasiado hierro.
“No sé por qué me pasa esto. Debo tener un complejo por no tener un trabajo que me defina de siempre y eso me gusta, pero es que hay profesiones que las encuentro apasionantes”, apunta. Con Ramells se ha visto unas cuantas veces para preparar a la protagonista. “Me explicaba anécdotas y la novela se iba haciendo sola. Por ejemplo, un trabajo que me parece fascinante, hacer de correo, que es acompañar la obra desde el museo hasta allí donde quedará expuesto el cuadro. Piensas, ¡guau!”, indica. Hacía falta que Joana viajase lejos y tocó Tokyo, a pesar de que Orriols nunca ha estado y pasó “de puntillas”. “Como voy haciendo mucho sobre la marcha, cada vez que iba al museo y oía a alguien que decía algo, me lo apropiaba”, confiesa.
“El MNAC es un museo, como otros muchos que tenemos en la ciudad, que si estuviera en Nueva York o Florencia cogeríamos aviones y esperaríamos horas para entrar”
Después ya venía todo el bagaje de haber visitado el museo muchas veces, sin olvidar que estudió Historia del Arte. A pesar de que nunca ejerció, hizo prácticas en el MNAC. “Es un museo, como otros muchos que tenemos en la ciudad, que si estuviera en Nueva York o Florencia cogeríamos aviones y esperaríamos horas para entrar”, defiende. Si tiene que elegir algunas obras, se queda con el conjunto mural románico de las Pinturas de Pedret, La batalla de Tetuán de Marià Fortuny o la pintora modernista Lluïsa Vidal. Una artista a quien hace viajar hasta Nueva York en la novela para revertir el agravio que ha sufrido en comparación con coetáneos como Ramon Casas o Santiago Rusiñol y de quien uno de los grandes elogios que se decían era que “pintaba como un hombre”.
Con esta cuarta novela, publicada en catalán por Proa, Orriols continúa una carrera literaria que estalló con los cuentos de Anatomía de las distancias cortas (Lumen, 2016). Con el éxito de su primer título, la autora ha conseguido ser traducida a dieciséis lenguas, entre las cuales están el inglés, el francés, el italiano, el chino o el árabe. Después vinieron Aprender a hablar con las plantas (2018) y Dulce introducción al caos (2020), editadas por Lumen.