Marta Polo, cineasta y escritora.
La cineasta y escritora Marta Polo. © Laia Alberch Rafart
EL BAR DEL POST

Marta Polo: La vida es lo que nos está pasando ahora mismo

“Quizá escuché demasiado a Albert Pla o a Extremoduro, mis profetas de adolescencia, pero todo lo que la sociedad considera como un fracaso, yo lo siento como un privilegio”. Ha pedido un café con leche en taza grande. Sonríe, porque a la vida hay que ponerle la otra mejilla así, con alegría, aunque se tenga la eterna sensación de no encajar del todo, de ser una pieza de la Torre Eiffel en un puzle del Coliseo.

“En mi etapa de adolescencia y juventud nadie daba un duro por mí. No terminé el instituto, no fui a la universidad, durante muchos años encadené trabajos precarios. Pero siempre pienso que fue gracias a eso, a no encajar, que pude explorar quién soy, qué me gusta, sin la presión del sistema”. La luz de media mañana ilumina, a través de las cristaleras, el trozo de barra donde está acodada. Marta Polo mueve la cabeza al ritmo del Antitaxi de La Femme. “He sabido mantener la ilusión que tienen los niños por la vida y he aprendido a ser feliz con lo que esta me ha dado”.

Su primera vocación fue la pintura, más tarde, el teatro, hasta que dio con el cine. “El lenguaje de la vida y el lenguaje cinematográfico para mí son el mismo”. Debutó hace unos diez años con el cortometraje Charnega, “que logré terminar con poquísimos medios y a base de puro empeño y que tuvo poco recorrido, aunque ganó el premio Lleida Visual Art y fue a algunos festivales”.

Por su parte, la escritura siempre estuvo a su lado, desde adolescente, “pero no me propuse escribir mi primera novela, Donde nunca ocurre nada, hasta que la vida se puso tan bestia que no tuve otro remedio. Escribir me obligó a ordenar el caos para darle otra forma y encontrarle un sentido”. Y, aunque detesta definirse en función de su trabajo, hoy por hoy se siente cómoda diciendo que es “escritora y cineasta, librera y astróloga”. Y con las lecciones, “esas masterclasses que Dios te imparte”, bien aprendidas. La de cuando nació su hijo, Marco —“la maternidad como acto creativo me cambió y me dio la fuerza para ser yo misma, para estudiar cine, que es lo que siempre había querido hacer”— y, poco después, a de la muerte de sus padres, “que se fueron sin haberse ni siquiera jubilado y, si tras un suceso así no pillas que la vida es a-h-o-r-a, no lo vas a pillar nunca”.

Entre la soledad del papel y el equipo del celuloide

Marta Polo acaba de publicar su segunda novela, Cómo construir una mentira (Colectivo Bruxista), “una suerte de diario de rodaje de una película filmada en Barcelona, en el Raval”, un barrio que la autora retrata con una mezcla de humor cáustico y realismo descarnado. Prostitutas, manguis, currantes, yonquis, vagabundos coexisten en las páginas de este dietario de colores vivos, preñado de un amor incondicional por la ciudad y por el cine.

Un amor que marca el proceso de su siguiente proyecto, “mi primer largometraje sobre unos hechos sucedidos en Barcelona en 1990”, que está “escribiendo, imaginando”, mientras se gana la vida como librera en la nueva librería Finestres de Palamós. “Estoy encontrando el camino para que salga a la luz. ¡Esto significa que las productoras y productores son bienvenidas a mi vida!”, ríe.

La escritora Marta Polo
Polo acaba de publicar su segunda novela, Cómo construir una mentira. © Laia Alberch Rafart

— ¿Y no vas a seguir escribiendo?

La parroquiana sorbe un poco de café. “Es que es eso —replica—, también estoy con la tercera novela bullendo en mi cabeza, y ahora mi dilema es la gestión del tiempo para poder hacer película y libro, porque escribir te ayuda a gestionar la soledad, mientras que hacer cine te ayuda a trabajar en equipo”.

“Tengo muchas ganas de vivir el proceso creativo con más personas. Aunque son procesos largos, que se van haciendo de a poquito, sobre todo porque hay que seguir trabajando”. Sí, dándolo todo y llegando a todo sin perder la ilusión por esa vida que vibra a cada momento.

Imaginario único

Ahora que trabaja en Palamós, la escritora y cineasta echa de menos una Barcelona que ama incondicionalmente, incluso lo que antes no le gustaba. “¿Te has fijado en la amalgama gris y amarillenta, esa mezcla entre polución y polen que adorna las fachadas de los edificios? ¿No te parece preciosa?”, ríe. “Lo que me sabe mal es cómo tratamos a las palomas, me repugna que la gente diga que son ratas. Primero, son pájaros, tienen alas, los pájaros son lo más. Segundo, las ratas tienen derecho a vivir, ¡no son seres de segunda!”.

Marta Polo.
Marta Polo trabaja en otra novela y en una película. © Laia Alberch Rafart

Apasionada por el “imaginario único de Barcelona”, le gusta chapotear en las numerosas leyendas urbanas de la ciudad, “como una que me gusta mucho, de 1978, en que algunos vecinos del Eixample empezaron a rumorear que, por las noches, se veían sombras en algunos pisos de un edificio que se estaba construyendo. Se corrió la voz de que era un fantasma al que creo que hasta le pusieron el nombre de Manolo. Una noche llegaron a congregarse delante de aquel edificio más de tres mil personas para verlo. Colapsaron el tráfico y tuvo que acudir la policía municipal”. Hace una pausa dramática que aprovecha para rematar su café con leche, antes de desvelar la conclusión. “Finalmente descubrieron que no era un fantasma, siento el spoiler: era una persona sin techo que dormía ahí. Como puedes ver, el problema de la vivienda se arrastra desde tiempo atrás, aunque nunca tan pronunciado como ahora”.

— Lo que es digno de leyenda urbana es nuestra oferta gastronómica, por si quieres almorzar algo. Tenemos de todo, dulce y salado, muy bueno.

Marta Polo suspira. “No me hagas elegir entre dulce y salado, ¡porque entre el queso y el chocolate anda el juego!”. Y ríe, antes de decantarse por unas raciones “en plural, así compartimos, que me gusta comer un poco de todo”. Probar cosas, porque la vida es aquello que nos está pasando ahora mismo, también en el paladar.