La economía de la previsión tiene uno de sus grandes...
La aplicación móvil para encontrar compañeros de piso empezará a...
El hub londinense de innovación en empresas del sector de...
Freshly Cosmetics (Miquel, Mireia y Joan) se definen como “una...
La firma ayuda a las marcas de automóviles a aumentar...
El portal inmobiliario quiere acercarse al cliente para que conozca...
Renfe elige a la ciudad fronteriza para poner en marcha...
BStartup y Dozen apoyan económicamente a la empresa de cosmética...
El año 2018 Laia Ubia y Salud Monras decidieron empezar...
La ciudad va escalando posiciones dentro del ecosistema emprendedor europeo,...
El equipo de arqueólogos aseguran que se trata de un...
Con esta ampliación de capital, la empresa biotecnólogica refuerza su...
Barcelona verá culminada una de sus nuevas centralidades este sábado,...
Tres ejemplos que demuestran que con visión, autenticidad y una...
Todas las categorías y regiones en las que opera la...
La fiesta del libro y de la rosa vuelve a...
Desde los clásicos reinventados hasta la cocina más canalla, estos...
El club celebra su 125 aniversario mientras las obras del...
Un año atrás, con motivo de la inauguración de la...
El nuevo centro de la cooperativa aspira a dinamizar el...
Mobile World Congress es un nombre poco claro. No sé la intención que tenían los creativos que lo escogieron cuando pasaron de 3GSM a MWC, pero después de asistir, desde que aterrizó en Barcelona proveniente de Cannes en 2006, creo que tengo alguna pista. La traducción que veréis por todas partes es la de Congreso de la Telefonía Móvil, que es totalmente erróneo.
El móvil es un aparato de transición entre los ordenadores electrónicos como el ENIAC de 1946 –167 m2 de la Universidad de Pensilvania, los ingenieros trabajaban dentro– y el ordenador invisible o Internet de las cosas. El móvil no es un teléfono: es un ordenador. De hecho, es un ordenador que tiene más potencia computacional que todos los ordenadores de la NASA combinados que trajeron la humanidad a la Luna. Han pasado solo 50 años. La tendencia es que la inteligencia, la capacidad de computación, el almacenamiento se rompa en mil pedazos y se esparza por nuestro entorno en forma de sensores, actuadores, nubes y algoritmos inteligentes. Cuando esto pase nada será ordenador o todo será ordenador, y tendremos que hablar del ordenador invisible, un ordenador a escala planetaria. Por lo tanto, y volviendo al nombre del congreso, tendríamos que traducir Mobile World Congress por Congreso del Mundo Móvil (o de todo aquello móvil).
Lo que me trae a hablar de las cosas esenciales que, como decía el piloto, «son invisibles a los ojos». Y esto es particularmente cierto en tecnología. Las tecnologías invisibles son aquellas que tienen el poder de transformar personas y sociedades, son aquellas que solo percibimos cuando no las tenemos. La nueva pirámide de Maslow del primer mundo apuntala las necesidades fisiológicas, las de seguridad y las sociales, con el Wi-Fi y por debajo la electricidad. No os tengo que explicar cómo la necesidad de enchufar el móvil pasa por encima de todas las otras si tenéis la batería por debajo del 50 % a las 12 del mediodía. Los ingenieros se rompen los cuernos en cómo hacer correr el 5G sobre redes 4G y para definir los estándares de televisión para la próxima generación de pantallas 16K, pero lo que nos cambia la manera de ser es el 4G y el 4K de Netflix. Una tecnología se convierte en socialmente relevante cuando deja de serlo por los tecnólogos.
Al MWC no se va a ver productos, se va a ver personas. Aquellas personas con las cuales llevas todo el año trabajando, aquellos con quien has preparado un contrato multimillonario, aquellos con quien quieres preparar el contrato del año que viene. Los mercados son personas y este todavía más.
Otra cosa invisible son las relaciones humanas. El MWC de 2018 no es como el Salón del Automóvil de Barcelona ciudad de ferias y congresos de 1965. Ahora hay Internet; los productos, las revisiones, las novedades, las críticas, los análisis y las filtraciones están por todas partes en la red. El móvil más puntero, que se presentó ayer domingo a última hora, a los pocos minutos ya corría por la red y hoy por la mañana alguien lo habrá abierto pieza a pieza para ver qué lleva. En el MWC no se va a ver productos, se va a ver personas. Aquellas personas con las cuales llevas todo el año trabajando, aquellos con quienes has preparado un contrato multimillonario, aquellos con quienes quieres preparar el contrato del año que viene. Los mercados son personas y este todavía más.
Y la última cosa que no veremos en el MWC son los miles de viajes que las empresas catalanas harán en todo el mundo. Que 120.000 profesionales vengan cada año a la ciudad nos tendría que enorgullecer a todos, pero tan importante como esto lo son también para el futuro del país todas las relaciones que hacen las empresas y profesionales locales en cinco días escasos de congreso; unas relaciones que solo se podrían establecer viajando al lugar de origen de las empresas asistentes, una inversión en tiempo y dinero difícilmente asumible por una empresa. Esta tampoco se ve.
Además de esto, Samsung presenta un móvil con más de todo –este año el titular es la cámara–, alguien presenta un móvil con menos de todo –solo llama y tiene una batería que dura una semana–, el 5G continúa siendo el futuro y debatimos sobre las oportunidades y las amenazas de la inteligencia artificial; una tecnología no es ni buena ni mala per se, pero tampoco es neutra. Mención especial para los asistentes inteligentes de voz que nos harán hablar mucho este año (juego de palabras intencionado). Pero todo esto ya lo veréis.
Mobile World Congress es un nombre poco claro. No sé la intención que tenían los creativos que lo escogieron cuando pasaron de 3GSM a MWC, pero después de asistir, desde que aterrizó en Barcelona proveniente de Cannes en 2006, creo que tengo alguna pista. La traducción que veréis por todas partes es la de Congreso de la Telefonía Móvil, que es totalmente erróneo.
El móvil es un aparato de transición entre los ordenadores electrónicos como el ENIAC de 1946 –167 m2 de la Universidad de Pensilvania, los ingenieros trabajaban dentro– y el ordenador invisible o Internet de las cosas. El móvil no es un teléfono: es un ordenador. De hecho, es un ordenador que tiene más potencia computacional que todos los ordenadores de la NASA combinados que trajeron la humanidad a la Luna. Han pasado solo 50 años. La tendencia es que la inteligencia, la capacidad de computación, el almacenamiento se rompa en mil pedazos y se esparza por nuestro entorno en forma de sensores, actuadores, nubes y algoritmos inteligentes. Cuando esto pase nada será ordenador o todo será ordenador, y tendremos que hablar del ordenador invisible, un ordenador a escala planetaria. Por lo tanto, y volviendo al nombre del congreso, tendríamos que traducir Mobile World Congress por Congreso del Mundo Móvil (o de todo aquello móvil).
Lo que me trae a hablar de las cosas esenciales que, como decía el piloto, «son invisibles a los ojos». Y esto es particularmente cierto en tecnología. Las tecnologías invisibles son aquellas que tienen el poder de transformar personas y sociedades, son aquellas que solo percibimos cuando no las tenemos. La nueva pirámide de Maslow del primer mundo apuntala las necesidades fisiológicas, las de seguridad y las sociales, con el Wi-Fi y por debajo la electricidad. No os tengo que explicar cómo la necesidad de enchufar el móvil pasa por encima de todas las otras si tenéis la batería por debajo del 50 % a las 12 del mediodía. Los ingenieros se rompen los cuernos en cómo hacer correr el 5G sobre redes 4G y para definir los estándares de televisión para la próxima generación de pantallas 16K, pero lo que nos cambia la manera de ser es el 4G y el 4K de Netflix. Una tecnología se convierte en socialmente relevante cuando deja de serlo por los tecnólogos.
Al MWC no se va a ver productos, se va a ver personas. Aquellas personas con las cuales llevas todo el año trabajando, aquellos con quien has preparado un contrato multimillonario, aquellos con quien quieres preparar el contrato del año que viene. Los mercados son personas y este todavía más.
Otra cosa invisible son las relaciones humanas. El MWC de 2018 no es como el Salón del Automóvil de Barcelona ciudad de ferias y congresos de 1965. Ahora hay Internet; los productos, las revisiones, las novedades, las críticas, los análisis y las filtraciones están por todas partes en la red. El móvil más puntero, que se presentó ayer domingo a última hora, a los pocos minutos ya corría por la red y hoy por la mañana alguien lo habrá abierto pieza a pieza para ver qué lleva. En el MWC no se va a ver productos, se va a ver personas. Aquellas personas con las cuales llevas todo el año trabajando, aquellos con quienes has preparado un contrato multimillonario, aquellos con quienes quieres preparar el contrato del año que viene. Los mercados son personas y este todavía más.
Y la última cosa que no veremos en el MWC son los miles de viajes que las empresas catalanas harán en todo el mundo. Que 120.000 profesionales vengan cada año a la ciudad nos tendría que enorgullecer a todos, pero tan importante como esto lo son también para el futuro del país todas las relaciones que hacen las empresas y profesionales locales en cinco días escasos de congreso; unas relaciones que solo se podrían establecer viajando al lugar de origen de las empresas asistentes, una inversión en tiempo y dinero difícilmente asumible por una empresa. Esta tampoco se ve.
Además de esto, Samsung presenta un móvil con más de todo –este año el titular es la cámara–, alguien presenta un móvil con menos de todo –solo llama y tiene una batería que dura una semana–, el 5G continúa siendo el futuro y debatimos sobre las oportunidades y las amenazas de la inteligencia artificial; una tecnología no es ni buena ni mala per se, pero tampoco es neutra. Mención especial para los asistentes inteligentes de voz que nos harán hablar mucho este año (juego de palabras intencionado). Pero todo esto ya lo veréis.