WTC desde Golondrina
El WTC visto desde una Golondrina. © theNBP

Sentirse un turista en el puerto

Las primeras puertas abiertas organizadas por el Port de Barcelona se adentran en sus espacios menos conocidos, pudiendo ver de cerca las grúas y los contenedores desde un bus turístico o una Golondrina

Poco antes de las diez de la mañana, un gentío se amontona para hacer cola a las puertas de un bus turístico. Se encuentran en el muelle de Barcelona, donde suelen desembarcar grupos y grupos de cruceristas para hacer una rápida, bonita y barata visita a la Rambla, siguiendo un paraguas o lo que sea mientras les cuentan cuatro anécdotas de una historia cada vez más ahogada por chanclas con calcetines y muchos brunch. Lo que sorprende es que los que hacen cola no llevan las típicas pegatinas con los logos de las navieras y, aún más extraño, no hablan ni inglés ni francés. Cuesta creerlo pero son locales, una especie en peligro de extinción en determinadas coordenadas de la ciudad, aquellas que antes no eran tan sexys y ahora se han convertido en postales de plástico para consumo masivo.

Subiendo, probablemente, por primera vez al bus turístico de su ciudad, los excursionistas se encaminan en dirección contraria a lo que cualquier guía plantearía. No van hacia la estatua de Colón, sino que se adentran en las terminales portuarias, habitualmente cerradas al público pero que este fin de semana abren sus puertas por primera vez para que los barceloneses vean cómo funciona uno de sus principales motores económicos.

Como todo el mundo lleva a un turista dentro, incluso los que más los critican, los móviles rápidamente invaden la planta superior del autobús, retratando modelos inusuales, desde barcos y puentes hasta grúas y contenedores portuarios. Como si de una visita de crucero fuera, todos se han puesto la gorra blanca que ha facilitado el Port de Barcelona para hacer frente a un sol que este viernes se ha hecho esperar, regalando unas gotas para las que el sombrero corporativo también ha servido. Hay fans de todo lo portuario, algunos muy concentrados, pero también parejas que van a pasar la mañana, hasta empleados de una de las empresas que trabajan en el puerto que quieren ver de cerca las instalaciones de sus clientes.

Una voz en off va explicando qué es lo que pasa en el puerto. “La mayoría de ropa que llevamos viene de China”, dice al tiempo que señala el mar de contenedores que se suceden uniformemente. Muchos se dan cuenta entonces de que ahí puede que estén esos pedidos compulsivos que hacen en Shein. En eso van pensando cuando los contenedores se sustituyen por hileras de coches en un gran párking portuario, paso previo a poderlos hacer llegar a los concesionarios. “No me importaría llevarme uno”, apunta el típico graciosillo que siempre hay en cada grupo, una regla humana de aplicación casi científica. Se ven muchos Tesla, después de que el fabricante haya escogido el Port de Barcelona como puerta de entrada de sus vehículos producidos en China.

El bus turístico no para de cruzarse con camiones cargando mercancías porque, a pesar de ser un día de puertas abiertas, el puerto no ha podido parar la actividad. Cuestiones que muchas veces suenan demasiado lejanas como las guerras en Ucrania y Gaza también impactan en el día a día de las terminales, con una línea de barcos haciendo cola para poder descargar su contenido. El canal de Suez está cerrado y el Port de Barcelona se ha convertido en una alternativa para llegar a los enclaves en el Mediterráneo Oriental. Lo que los expertos llaman geopolítica también impacta en el negocio de los cruceros, con la capital catalana atrayendo aún más buques desde el año pasado por los conflictos bélicos. A lo lejos, se ven esos megabarcos atracados, hoteles marítimos con mil habitaciones y todo aquello que el mercado cree que el ciudadano de a pie puede desear en algún momento de las vacaciones, incluidos toboganes, casinos y pizzas 24 horas. “A mi no me importaría quedarme ahí”, sigue el graciosillo.

El bus turístico no para de cruzarse con camiones cargando mercancías porque, a pesar de ser un día de puertas abiertas, el puerto no ha podido parar la actividad

Hay que decir que en algún momento del recorrido el puerto huele un poco mal, especialmente, cerca del antiguo faro de la Farola. “Esto antes era playa”, indica la voz en off que acompaña la ruta, casi escapándosele decir campo. Es ahí donde hace tiempo estaba la antigua costa de L’Hospitalet de Llobregat, hasta que la malvendió a la ciudad vecina. El bus turístico no se acerca mucho y solo se divisa la Farola de lejos, atrapada entre demasiados camiones y contenedores, sin que nadie la pueda visitar. Tampoco huele demasiado bien la haba de soja que se está convirtiendo en harina de soja, la única mercancía que se transforman en el puerto y, además, saca humo.

Las excursiones en autobús que ha organizado el puerto por las terminales han agotado todas las entradas, incluidas las que salían desde el barrio de la Marina y El Prat de Llobregat, un guiño a los vecinos de la ciudad en la que cada vez se está concentrando más actividad en detrimento de la capital catalana. También las rutas teatralizadas por el muelle de la Fusta y las rutas en las típicas Golondrinas, un remember en toda regla para muchos que hacía años que no las pisaban, se han quedado sin sitios libres. Un total de 16.000 entradas han volado, una clara muestra para que los organizadores repitan el año que viene. “Qué bonito todo, ¿no? Ay, parecemos guiris“, comenta el graciosillo a la llegada, recuperando, aunque sea por un día, un poco de su ciudad.