Barcelona Open Banc Sabadell
Un partido en el Barcelona Open Banc Sabadell. © Manuel Queimadelos

Tarde en el Godó

Asistir a este evento es una experiencia más cercana y ciudadana de lo que a muchos pueda parecer, más allá del deporte, y como en tantos eventos es una buena ocasión para conectar con una parte de la sociedad barcelonesa. No con la élite, necesariamente. A diferencia de otros, el Godó ha logrado consolidarse como un evento genuinamente popular y barcelonés.

Hay gente que cree que ir al Godó de tenis es como ir al Masters de golf o al Royal Ascot de hípica, con grandes espacios y lujosas carpas para establecer contacto con la altísima sociedad, pero eso, en todo caso, lo es ir un día al Real Club de Tenis Barcelona. Que, como club, es uno de los más ordenados y pujantes de la ciudad. En cambio ir al Barcelona Open Banc Sabadell es ir a un evento popular, de masas; en efecto, no accesible absolutamente a todo el mundo pero una vez estás ahí, y te encuentras con los food trucks y la aglomeración previa a un partido, la futbolística y hacinada disposición de los lavabos públicos, la cerveza con vaso de cartón, los estrechos pasillos y escaleras de metal de andamio y los largos recorridos necesarios para poder obtener los pases en las zonas reservadas, la jornada toma más forma de lo que pudo ser la Copa del América y no fue de ninguna manera: un lugar que capta el interés internacional y al mismo tiempo el interés de la gente de Barcelona.

En efecto: el trofeo es, además de una de las citas más emblemáticas del tenis europeo, toda una institución deportiva de la capital catalana. Sí, fue fundado por el conde de Godó en 1953 y esto le marca un tinte artistocrático, pero la voluntad era proyectar a Barcelona como referente deportivo internacional y eso está conseguido. El mérito es que también logra conectar con la ciudad, con la gente sin sangre azul, con los amantes de este deporte sean o no socios del club.

Desde sus inicios se ha disputado en las instalaciones de Pedralbles, que existen desde 1899 y en las que han brillado figuras como Manuel Orantes, Ilie Năstase, Mats Wilander o Rafa Nadal (que da nombre a una de las pistas). Evidentemente que también está la crème de la crème, y que en el village se mezcla la gastronomía más sofisticada con las marcas de lujo, pero incluso eso logra transmitir un lenguaje poco ostentoso. Como decíamos, ni el tenis ni la vela son deportes elitistas ni caros pero sólo hace falta un poco de sensibilidad y de proximidad, no hacer entrar las cosas con calzadores artificiales y menos con millones de dinero público poco justificado, para merecer el reconocimiento popular. Tampoco era elitista el joyero Joaquim Cabot cuando fundó el Palau de la Música Catalana, lujoso pero accesible, y décadas más tarde fue su nieto Jorge (también presidente del Real Club) quien como sucesor del negocio de joyería diseñó la icónica copa del trofeo: la única en el mundo que presenta un tenista en movimiento.

El partido presenciado estaba entre Carlos Alcaraz y Ethan Quinn, precisamente en la pista central Rafael Nadal, en el marco de la primera ronda. Hay que coger sitio antes de que cierren los accesos, ya que, de lo contrario, te quedas esperando en las escaleras del andamio hasta que alguien decide abandonar el asiento. La verticalidad de la construcción te hace dar cuenta del encajonamiento del torneo, se ha aprovechado hasta el último milímitro y la pista de tierra batida aparece mágicamente encajada entre las gradas, los recogedores de pelotas, jueces, cámaras, detectores de velocidad (no sé de qué sirve saber la velocidad del servicio), el palco con el conde y con gente haciendo la corte, un coche Lexus colocado entre el público, las cabinas de los periodistas allá arriba y la iglesia de los Caputxins visible muy cerca.

En los altavoces el recuento de puntos se hace en un delicioso acento catalán-americano que despierta múltiples imitaciones siempre que dice “avantatge”. El número 2 del mundo debutó con una victoria trabajada frente al joven estadounidense, con un resultado de 6-2, 7-6(6). Al principio parecía que América volvería a ser great again, dado el potente servicio de Quinn, pero el murciano le subió el arancel con resistencia física y con una astucia difícil de adivinar. Al final del primer set ya se podía prever cómo acabaría la cosa.

Barcelona Open Banc Sabadell
El trofeo del Barcelona Open Banc Sabadell. © Pedro Salado

No siempre se puede ganar, pero se puede tomar una copa de cava para quitarse el sabor a cartón cervecero y comentar los greatest hits del combate con mi compañía americana. Vuelve a aparecer la ocasión de saludar a amigos, conocidos e insaludados, bastantes políticos, no tantos empresarios, y de evitar volver a hacer la cola en los lavabos si es que se puede evitar. Incluso Pedralbes puede hacerse pequeño en un acontecimiento tan grande, e incluso las instalaciones más amplias de la ciudad parecen ajustadas a la humana medida mediterránea.

No somos Wimbledon, pero tenemos un trofeo digno y tenemos una manera de hacer el pijo mucho más burguesa que nobiliaria. Guste más o menos, aquí nadie se salva del deber de ser terrenal y de ofrecer una fórmula genuina, cercana, donde la gente pueda conectarse e identificarse. Se puede hacer en la tierra batida y se podía hacer evidentemente en el mar. El truco es el de siempre, ser uno mismo y no vender demasiado duros a cuatro pesetas. El trofeo Godó ha conseguido ser un trofeo simpático y eso, sin tacto y sin autenticidad, pudo ser de forma muy distinta. Break point para el conde, set para el Club y match ball para la ciudad.