La ruta del tapeo es cada vez más serpenteante en Barcelona, con infinitas opciones que van del epicentro de la ciudad a los barrios, no siempre con igual fortuna. Para disfrutarla en la ciudad hace falta casi un manual de instrucciones, pero aquí os seleccionamos tres restaurantes infalibles que permiten hacer un almuerzo o cena completo sin moverse de sus barras o mesas porque su repertorio es redondo. Uno despegó a finales de 2024 avalado por sus chefs y platillos de éxito (Bar Vint-i-quatre), otro lleva unos meses solo de trayectoria pero ha conseguido atraer a muchos barceloneses al centro (Can Bo), mientras que Rabbit’s abrió hace un par de años en la zona alta pero parece que lleve allí toda la vida.
Parada obligada del tapeo en el Bar Vint-i-quatre
La esquina más deseable de la Diagonal noble, con Tuset, vive una nueva etapa desde finales del año pasado, cuando despegó el Bar Vint-i-quatre, reformulando lo mejor de Tapas 24, y añadiéndole chispa. El chef Carles Abellán —que ya lo ha demostrado todo en el arte del tapeo con estrellas Michelin y convirtió en su marca el número 24— , figura en esta nueva fase como asesor gastronómico —que no socio— y junto a su equipo propone un “bar de corte clásico de platillos para compartir”.
Su esencia es la cocina de tradición contemporánea, porque a cualquier receta se le incorpora algún elemento que rompe moldes sin descarrilar. Por ejemplo, su archipremiada ensaladilla rusa, en una nueva y deslumbrante versión donde las gambas al ajillo la coronan, sustituyendo a la ventresca de atún.

Abellán ve en este bar —con clase pero un aire informal, y donde lo mismo se desayuna con forquilla (brutal carta de huevos de Calaf y de tostadas con pan de masa madre integral), que se vermutea, se come o se cena— el restaurante al que quería ir y no encontraba.
Su terraza es un mirador ideal asomado a la Diagonal, y en su interior hay capacidad para 45 personas que no pierden la sonrisa entre el disfrute de su cocina, los mensajes en sus espejos, y los chistes de Eugenio que suenan dentro de los baños.

Aunque todo puede devorarse individualmente y hay platos muy completos, en el Vint-i-quatre es un gusto probar todo el tapeo que que rueda en una mesa. Empezando por los matrimonios de anchoas y boquerones y siguiendo por una pequeña maravilla como es su tartar de tomate. Al frente de las cocinas a diario está el chef Toni Morago, que suma casi dos décadas trabajando con Abellán, pero ahora es uno de los nuevos cinco socios propietarios. Han invertido papeles, puede decirse, pero siguen codo a codo rumiando platos. Nos cuenta que su tartar se nutre de alcaparras, chalotas, cebollino, salsa Perrins… como si fuera de carne, y así lo parece. Pero es puro tomate, pletórico de sabor y frescura.

Toda su carta es tentadora, del tapeo tradicional a los platillos. Pero este bar saca pecho con el producto de temporada, y hay que aprovecharlo: explosivas sus alcachofas con jamón ibérico, que primero confitan, luego pasan por plancha y rematan en horno. Los nuevos clientes no pueden dejar de lado el plato que lanzó Abellán y ha sido copiado hasta la saciedad, el biquini de jamón ibérico, mozzarella y trufa (12 euros), ideal para compartir.
Aunque elegir no es fácil, merece la pena echar mano de algún remember del pasado, como el calamar de la Barceloneta a la plancha, al estilo de La Barra, con una salsa de yema de huevo con Kimchi. Y sumarse al renovado furor por los platos de chup chup a través del fricandó con setas, plato de moda, que aquí bordan.
Si se acude en grupo y con hambre, habrá opción —y capacidad— de catar otro reclamo del bar, como son los macarrones del cardenal, de pasta fresca y gratinados con parmesano; o su versión de las albóndigas de la abuela. O platos en otra onda, como el atún Akami a la mantequilla negra, piñones y Kizami 19. Y sin olvidar que cada día traen pescado fresco de la lonja de la Barceloneta.

De postre solo alcanzamos a probar las fresas (del Maresme) con chantilly y helado de leche de oveja. Un gran broche para quedarse con ganas de volver a sus mullidos sofás de terciopelo verde, y añorar ya su servicio impecable, en los tiempos que corren. Amplia selección de vinos tanto por copas como por botella, con especial surtido de DO catalanas, incluso caldos elaborados para la casa y hasta alguna referencia internacional.
Lunes a viernes: de 8.30 a 24.00 horas. Fin de semana: de 9.00 a 24.00 horas. En la Avenida Diagonal, número 520.
Rabbit’s, como los de antes pero nuevo
En la calle de Ganduxer están de enhorabuena desde 2023, cuando el chef Jordi Cunill (propietario también del Café de París) inventó Rabbit’s, aunando buen producto, el diseño de Pilar Líbano y elaboraciones con alma.

El local encandila porque tiene un rollo de bar clásico como si llevase décadas, pero en cambio se percibe el toque moderno, fresco y acogedor que incita a entrar. Mandan el rojo y el granate, las bancadas vintage, la barrita con vista a la calle, el hierro y el mármol.
La primera sensación aún mejora con el trato de sus camareros, que también parecen estar allí desde siempre, y el subidón aún es mayor al ver desfilar sus platos. Se preparan desde una cocina abierta que desemboca en la barra central y desde allí se rematan a la vista del comensal, mientras saliva.

Se despliegan tentaciones de tapeo que en la justa medida abarcan de los pilares de la tapa a toques de innovación con gracias. Para empezar abarca el jamón a la vista, para ser cortado a mano; las explosivas croquetas Forrest Gump o las de fricandó (obligadas); la nostrada tortilla de butifarra d’ou y Santa Pau; la golosa flor de calabacín en tempura con butifarra de perol y brie, sin olvidar anchoas, bravas y otros ‘hits’ bien calibrados.
Le siguen de la lonja opciones, con closca, presumiendo de producto muy fresco (del Delta a las Rías) y a precio contenido en su versión de platillo, hasta elaboraciones como un salteado de chipirones Santa Pau a unas kokotxas de merluza a la romana.
Aunque las carnes van del steak tartar a las chuletitas de lechal, o la rubia gallega a peso, muchos se lanzan directos al apartado del chup-chup. Allí asoman callos, un tremendo rabo de buey con parmentier estilo Robuchon y hasta morro de bacalao a la llauna.

Pero también hay opciones rápidas e informales en versión montadito. Del más sibarita de foie, al aplaudido Pepito o el atómico Mollete guarro de chistorra (así bautizado por la casa). No faltan postres tradicionales, con cierta hegemonía de la torrija con helado de chocolate.
Aunque en las horas punta se llena, destaca por su cocina ininterrumpida de 13.00 a 00.00 horas. En la calle Ganduxer, número 16.
Can Bo, un pequeño milagro en pleno centro
La nueva etapa del renovado e icónico Hotel Grand Central, en plena Via Laietana y cuyo edificio fue hogar de Francesc Cambó, ha supuesto una alegría gastronómica en Ciutat Vella. Pero el restaurante Can Bo —en un juego de palabras en memoria de Cambó y en alusión a dar bien de comer— ofrece entrada independiente. Y quiere que el barcelonés lo tome como territorio local, como merecedor de una incursión en el centro. Se inauguró hace menos de medio año, como una apuesta por la cocina de proximidad con recetario clásico español y guiños a Italia, pero llama la atención por su personalidad, que ha ido eclosionando en la medida en que su carta se expandía durante el invierno.

Su chef asesor es Oliver Peña —con una reciente estrella Michelin por el proyecto Teatro Kitchen Bar—, mientras que Lorenzo Cavazzoni es el chef ejecutivo del hotel. Juntos han alumbrado tapas y platillos para compartir, que incorporan toques modernos y distintivos.
La carta elevó ambiciones hace unas semanas con platos como la tagliatelle fresca de Lorenzo con ragú de rabo de toro, donde la carne desmigada parece saltar de alegría en el paladar. Y en temporada ha destacado con la alcachofa del Prat cacio e pepe, fruto de la fusión catalano-italiana de Peña y Cavazzoni. El chef italiano nos cuenta que este pecado es un plato propio, inspirado en los años que trabajó en Roma: tras freir la hortaliza, la remata con queso pecorino, pimienta y ralladura de limón. Mmmm.

En ese apartado de novedades pudimos descubrir la atrevida lengua de ternera, salsa verde y encurtidos, una bomba de contrastes. La lengua se prepara a baja temperatura pero se sirve a temperatura ambiente con una salsa de perejil, vinagre y anchoa, partiendo de una vieja receta de su abuela. Picatostes de pan de cristal y encurtidos caseros aportan texturas y frescura. Y entre las carnes, brilla por su personalidad el carpaccio de picaña madurada. Tras la maduración, el black angus nacional se corta en láminas, con una potencia que encandilará a los más carnívoros.

En el apartado de pescados, hay cabida para la tradición bien representada, como el riquísimo suquet de rape con almejas, donde el rape se corta en dados para poder compartir en pequeña cazuela y cuya salsa es clásica, con pimentón dulce y texturizado con la patata.

Pero también hay otros platillos idóneos para una mesa grupal con ganas de cata. Como el Salpicón de pez limón, que en esta versión mediterránea del ceviche cambia la lima por vinagre de Jérez, añade verduritas locales (pimiento rojo y cebolla tierna) e incorpora aceite de guindilla picante y se remata con quicos y chips para darle un toque crujiente. O la clásica ensaladilla rusa que preparan a diario con verdura al vapor cortada a mano, patata que no toca la nevera antes de estar bien aliñada con la mahonesa, y una buena ventresca.
Destaca también por su carta de quesos, por sus combinaciones de tapas maridada con copa de vino y por una amplia bodega (unas 150 referencias, en especial del territorio), que les permite ofrecer cada mes distintas propuestas por copas.
Cocina abierta de: 12.30 a 16:00 horas y de 19.00 a 22.30 horas, y platos fríos entre esos horarios. En la Via Laietana, número 30.